jueves, 1 de marzo de 2012

Artista




No hace falta pintar un paisaje, escribir una canción o esculpir algo capaz de amenazar a la verdad. Basta con ser, con estar. Basta con dejar tu huella en la obra más hermosa del más grande de los artistas. Basta con dejar tu firma en la humanidad. Él no fue capaz de entenderlo, no hasta que llegó Rocío.

Hemingway dijo que cuando no podía escribir, escribía una frase verdadera. Y eso hacía él, pero con sus cuadros. Era un enamorado de la verdad, como todo buen artista. Y trataba de sentirse correspondido por ella. Y tomaba sus colores y su luz para darle algo que si bien no pretendía eclipsarle, le ofrecía un espejo en el que contemplar su hermosura, y amarse. Porque la verdad siempre ama a la verdad, y no hay amor más puro. Tal vez solo buscaba su reflejo, quizá para atesorarlo, porque ansiaba con todo su corazón tenerla. Pero jamás la consiguió, porque la verdad no pertenece a nadie. Estaba solo, siempre lo había estado.

En el dobladillo de sus pantalones, en los extremos de su bigote, en el contraste del gris de su mirada con el azabache de la pupila, incluso en su risa que hacía tanto no escuchaba, en él: arte.  Huyó del ruido porque quería estar solo, porque quería pintar. Conocía la belleza de la mujer, había trepado por espaldas morenas y de palidez asiática, había besado labios carmín y manos de porcelana. Pero no tenía musa, no la necesitaba. 


Sofía

La verdad de las palabras



Es verdad que el artista se enamora de lo que la naturaleza le ofrece para mostrar quién es y qué quiere contarnos. El pintor; de la luz, el cocinero; de las especias, de los aromas, el bailarín; de la música, y el escritor, el escritor se enamora de las palabras. En cierto sentido todos somos artistas, artistas que participan de la gran obra y artistas que, con suerte, tendrán la oportunidad de dejar su firma antes de partir, la firma que como la de Van Eyck en la obra “El matrimonio Arnolfini” diga: “Yo estuve aquí”.

Leyendo “Vaguedad” de Russell advierto que quería decirnos algo, tenía algo en mente que quería que supiéramos, que entendiéramos, y tomó unas cuantas palabras y las dispuso perfectamente sobre el papel, para que yo hoy pueda leerlas y tratar de comentar qué me sucede a mí al abstraer lo que ahí hay plasmado, que pueda comprender qué quería decir cuando hablaba de la vaguedad del lenguaje, cuando explicaba el problema de la falta de precisión y cuando decía que quizá la lógica solucionaría parte del problema, pero no todo.

Cuando empiezo a escribir comienzo dándole vueltas al asunto que quiero abordar, vagamente. Leo lo que he dicho y lo hago entonando de diferentes maneras para verlo desde diversos puntos de vista; borro, tacho, releo, anoto y finalmente concluyo y observo el conjunto -como quien admira un cuadro impresionista- y me sonrío. Imagino que cuando Miguel Ángel liberaba las hermosas figuras de piedra, a las que él daba vida, hacía lo mismo que yo: pulía y terminaba. Y así lo hará el pintor, y también el cocinero cuando añade una pizca de sal. Queremos precisar qué queremos mostrar, lo necesitamos, y sucede así porque en algún lugar de nuestro interior está exactamente eso que sentimos delimitado de cabo a rabo, sin rastro de vaguedad, y ansiamos contarlo, nos parece casi una obligación, pero el lenguaje no siempre es la mejor opción. Russell tomó la lógica, yo, las palabras, y cuando no lo consigo, los silencios.

No somos solo animales racionales, somos animales simbólicos. Esa definición encierra mucho más que la belleza de lo que hace que nos conformemos como personas. En nuestro interior sucede algo más que una serie de reacciones químicas, algo más que relaciones neuronales, y sucede algo que como tal lo hemos situado en un lugar, un lugar al que hemos dado el nombre de alma. Y es ahí exactamente, cuando reflexionamos sobre nuestro yo, cuando nadie está mirándonos, es en ese preciso momento cuando estamos siendo nosotros mismos. Pero no podemos quedarnos ahí, uno no puede simplemente observarse a sí mismo, curiosearse. No puede, ni quiere. Queremos contárselo a los demás. Necesitamos decirles quiénes somos, por qué estamos aquí, por qué sufrimos, a qué tememos y qué estamos buscando. No me gusta la lógica proposicional. Entiendo su utilidad, comprendo la ocurrencia de su invención, pero no me gusta. Y por eso trato de decir qué me está pasando sirviéndome de las palabras, y cuando estoy contenta bailo y cuando estoy nostálgica invento una canción, y la canto. Y no es verdad que no podamos expresar lo que pretendemos, no es verdad, porque somos capaces de precisarlo de otro modo, ni con la lógica proposicional, ni con sistemas reduccionistas que hacen que se pierda el jugo de lo que tratamos de contar, somos capaces con nuestras manos, con nuestra voz, con nuestra mirada, con nuestra risa.  

El problema acontece cuando parece que hemos agotado los medios, cuando la melodía culmina, cuando cesan los colores y cuando las palabras se callan. La realidad no es vaga, como dice Russel, la realidad, el ser, está ahí esperando ser conocido, la cuestión radica en lo limitado de nuestro conocimiento. Entre la verdad y nosotros hay una especie de familiaridad ontológica que hace que queramos buscarla, encontrarla y amarla. El hecho, además, es que sobre las realidades abstractas tenemos más palabras que decir, nos resulta más fácil hablar de ellas, mientras que sobre lo concreto caemos más a menudo en el error, y aquí es exactamente cuando vislumbramos lo que quiere decir Russel cuando habla de “vaguedad”. Podemos tratar de “hablar” de Belleza pintando un hermoso paisaje, de lo Uno trazando un punto, golpeando un tambor con un golpe corto y seco, podemos “hablar” de Bondad componiendo una melodía, “hablar” de Dios empleando la analogía, pero no podemos agotar aquello que estamos tratando, el Ser es inagotable.

Y es ahí precisamente donde radica la grandeza del ser humano, esa grandeza reside en que, habiendo admirado el Ser, se descubre como participante de Él. Se sorprende pequeño y dependiente. Advierte el papel que toma en la mayor de las obras, comprende su naturaleza y se descubre a sí mismo.

Sofía




domingo, 26 de febrero de 2012

¿Por qué ondeas esa bandera?

Podrías haber nacido en cualquier lugar del mundo, y sin embargo estás aquí ondeando una bandera que supuestamente te representa y matas y mueres por ella. Podrías no ser quien eres, odiar lo que amas hoy y desear lo que repudias. Podrías directamente no estar, pero sin embargo estás. No tener en tus manos lo que hoy te ofrece la vida, podrías haberlo perdido todo e incluso no haberlo tenido jamás. Y es precisamente porque estás, porque eres tú, porque ondeas esa bandera, porque tienes, porque eres feliz, porque lo eres y porque no lo sabes. Por eso, es por eso por lo que tienes una obligación. Una obligación que puede suponer dos respuestas, la primera la sabes, la de huir, la de siempre. Y la segunda bueno, la segunda requiere más esfuerzo, como todas las cosas bellas. Buscar aquí, a pie de calle, buscar allí donde no haya alguien sonriendo y solucionarlo. Enseñarles la realidad, iluminar. Porque tienen los ojos abiertos pero no ven nada.

Sofía


Fotografía: http://anatman.blogia.com/ "De la felicidad y la pobreza"

jueves, 23 de febrero de 2012

Yolanda, de Sabina





Escuchando "Yolanda" de Sabina una tarde en la que llovía me conmoví. Una canción de amor sin palabrería, y es que las palabras son muy valiosas, y por eso estoy enamorada de ellas. Y si se usan en abundancia y se usan mal se distorsiona lo que se quiere contar. Y estaba claro que esa canción iba dirigida a un ser encantador, a una mujer maravillosa que se llamaba Yolanda. Y traté de imaginar cómo sería ella, cómo debía de ser para que alguien le escribiera una canción tan bella. Entonces escribí esta historia. 


"En la calle número ocho mirábamos empapados por la ventana. Papá besaba a mamá y le susurraba algo al oído que no podíamos escuchar, y nos reíamos. Yolanda me sujetaba en brazos, y yo apoyaba mi cabeza sobre su cuello con olor a lavanda. Luego caminábamos por las calles mojadas y sus tacones resonaban en todo el lugar, y los hombres la miraban y yo les observaba sonriente. Entrábamos en el jardín de Ricardo y entonces era ella la que susurraba, y yo, yo jugaba con los gatos. Después regresábamos y papá y mamá nos cubrían de besos.

Cada mañana podía oír sus trotes sobre el suelo de mármol viejo de la cocina, y bailaba mirándose en el reflejo del cristal. Y yo entraba, y se sonrojaba. Después empezaba a tararear y acabábamos cantando a gritos. Y Yolanda acababa agarrada a papá y bailaban por toda la casa. Después se marchaba a hablar con la vieja Marie y le cuidaba, la vieja Marie sufría de alzhéimer, y nadie quería estar con ella, solo Yolanda. Algunos días se ocupaba de asearla y volvía a casa despeinada y cansada, y a veces tenía cristalitos en los ojos, pero me sonreía y me volvía a coger en brazos. Decía que la vida era azul, decía que llorar es de fuertes y me invitaba a hacerlo si estaba decepcionado o derrotado, pero ella jamás lloró, decía que el mundo guardaba un secreto y que era yo el que tenía que descubrirlo, decía que cada minuto había al menos alguien pensando en mí, que yo era guapísimo, el más guapo de los hermanos, y que lo sería aun más cuando creciera. Llevaba siempre vestidos coloridos, y decía que era importante, que provocaba felicidad en otras personas, que era importante no vestir de marrón, por eso yo siempre llevaba los pantalones rojos manchados, decía que el mundo era amor, todo amor, decía que no amaba solo a un chico como las demás, que amaba a mamá, a papá, al roble junto al portal y a los gatos de Ricardo, y a mí, bueno a mí más que a nadie en el mundo. A veces me preguntaba si yo creía en Dios, ella decía que no lo sabía, pero que lo averiguaría. Me dijo que lo importante es llevar los dientes limpios para poder sonreír siempre, que la vista proporciona el mayor de los espectáculos, me dijo que la vida merecía ser vivida porque era corta, porque era corta y porque era preciosa.


Y yo no entiendo cómo es que ella lo sabía. La vida sí es muy corta. Ni siquiera recuerdo su cara pálida y demacrada en la cama, no soy capaz de recordar cómo murió, y cada vez que pienso en Yolanda la imagino con su vestido de lunares amarillos bailando vals en la cocina."


Sofía

domingo, 12 de febrero de 2012

Enamorada del señor Domingo



Estoy enamorada del señor Domingo. Hay dos formas de vivir; respirando o imaginando que respiras. Me inclino por la segunda. Cuando tenía unos diez años solía imaginarme que los días como hoy son en realidad un hombre gordo y con bigote llamado señor Domingo, por eso me negaba a escribirlo con minúscula, pensaba que se levanta radiante y que por eso quema el sol, que huele a perfume y va dejando rastro de él por donde pasa. Y prefiero seguir pensándolo, prefiero pensar que el señor Domingo viene, otra vez, para bordar la semana. Para dejarme descansar o invitarme a dar un paseo, aunque haga frío. Que viene porque quiere que coma paella en la playa con olor a sal. Que trae de la mano a mis abuelos y que ellos me sonríen muy arreglados. Prefiero pensar que el señor Domingo viene hoy porque me quiere, porque es el día especial, que me trae algún recuerdo feliz por si la semana ha ido mal, por si he decidido que ya no puedo más. Y que me regala un pedacito de algo que me hace recordar que pase lo que pase hay Alguien ahí que quiere decirme que siempre ha estado y que siempre estará. 

Que paséis un buen Domingo, con mayúscula. 

Sofía

sábado, 3 de diciembre de 2011

WAR IS OVER if you want

Bípedos sin plumas. Cansados y sin ganas de seguir adelante. Porque luchamos por una mujer que decía llamarse Libertad, porque morimos pronunciando la palabra igualdad y porque se nos fue de las manos. Y ahora, ahora esclavos de nuestra libertad tan ansiada, aniquilándonos para ser iguales, y gritando al viento lo mucho que nos hemos ganado el mundo de mierda en el que vivimos. Viva nuestro siglo.


Sofía

viernes, 25 de noviembre de 2011

"Locura de los demás y nunca miro la mía" ECDL

Hace poco menos de un año el gran "Don Sabelotodo" de esta Universidad criticaba con desdén la maravillosa historia de Alicia. Que era absurda decía, y se reía pedantemente con una especie de cosa que puede llamarse carcajada. Que no tenía sentido. Como si lo que él dice tuviera algún tipo de sentido. No le dije nada porque habría quedado como una maleducada, eso si le hubiera dicho todo lo que entonces se me había pasado por la cabeza. 

Y es que no he conocido a nadie del que pueda decir que no es particular, especial o un poco "loco". Será porque no llego a los veinte, o puede que simplemente resulte que todos tenemos algo de locura. Sabéis, no. No es eso. No somos locos en un mundo de cuerdos, ni cuerdos en uno de locos. Somos personas, eso es todo (y menudo todo), ¿qué es lo que no se comprende? y bueno, Alicia, Alicia no estaba loca. Alicia sabía cómo vivir.

Sofía





Diálogo de A. en el País de las Maravillas

"Alicia, aquí todos estamos locos; yo estoy loco, tú estas loca...."

domingo, 20 de noviembre de 2011



Fotografía publicada por El País.



Hoy elecciones, claro que sí, como si solo nos hiciera falta eso. Y todos sonriendo como si tuvieran un inquietante problema mental. Siento ser yo la que tenga que decir esto pero, oigan, nada va a cambiar mientras frases como la que sostiene el ateniense de la foto sigan resonando en toda la humanidad.

Sofía

martes, 21 de diciembre de 2010

Desastre afectivo

No tenemos la culpa. Quisimos más amor y no pudieron dárnoslo. Nacimos quizás con una horrible tendencia a llamar la atención, a ser queridas, a querer, a que, de hecho, nuestra vida girase en torno a eso. Tampoco tenemos la culpa de enamorarnos, de siempre desear más, no somos culpables de nuestra sensibilidad, de esas lágrimas después de una película absurda, de nuestro frío y duro caparazón para proteger nuestro endeble corazón. El mundo nos hizo así, ¿no es cierto? No puedo evitar echar de menos a ciertas personas que sé que probablemente hayan olvidado mi nombre, no puedo evitar sonreír si recuerdo algún momento absurdo, no puedo dejar de pararme en los lugares en los que viví aquellos instantes, de pensarlos y analizarlos como si fueran, acaso, importantes. Pero sobreviviré, lo juro. Se llama desastre afectivo.
Sofía.

miércoles, 19 de mayo de 2010

La Fe en días como hoy.

No hace falta irse muy lejos para ver lo cruda y triste que se ha vuelto la realidad.
Hemos ido trazando un camino hacia ninguna parte huyendo de ruidos poco agradables, y ahora, ahora estamos tan lejos que apenas podemos oír nada, ya no importa quien queda a nuestro lado, sólo los pies que ya caminan por inercia sobre la ardiente arena de un desierto interminable, hace tiempo que olvidamos por qué caminábamos, ya sólo andamos, nada más. A veces, a lo lejos nos parece ver algo, pero eso sólo le sucede a unos pocos, la mayor parte de nosotros ya no ve nada, somos animales que caminan por algo que ya ni siquiera puede denominarse instinto. Hemos perdido los valores, nada importa, nada salvo la verdad de cada uno, el interés propio e individual que ni siquiera es fijo, es absolutamente variable, cambia cada poco tiempo, intereses que se sobreponen, no es una jerarquía, no, no es orden, nos hemos rebelado contra él, nos hemos rebelado contra la naturaleza, y ésta ya ha reaccionado. Los seres humanos -si aún somos dignos de llamarnos de este modo- hemos distorsionado de tal forma el entorno que se nos ha brindado que ya nada está claro, es casi lógica la confusión que vivimos, hemos mezclado el bien y el mal en algo sin nombre, ya nada tiene valor, ni siquiera nosotros mismos; amor, dignidad, nuestra propia vida. Nos vamos perdiendo en un agujero negro que -en efecto- no va a ninguna parte, ya no caminamos de la mano, ya no le seguimos a Él, ni siquiera nos dejamos llevar por alguna fuerza, tampoco caminamos a contracorriente, sólo andamos a la deriva. Hemos olvidado cuáles son los medios, y lo que es más importante, cuáles son los fines. Estamos perdidos. Sálvese quien pueda.
La Fe es un don, la Fe es lo más valioso que existe, no puedes decidir tener fe de la noche a la mañana, es imposible, la Fe simplemente te es dada, viene como un soplo de aire fresco en un bochornoso verano. Con Ella todo es más fácil, con Ella caminas por un camino ya trazado, caminas hacia el más alto lugar, con Ella existen razones para la esperanza, con Ella la inteligencia es capaz de adaptar lo verdaderamente valioso a tu entendimiento, con Ella no sólo caminas.

lunes, 29 de marzo de 2010




"Sólo necesito ver qué es lo que hago cada día para enloquecer ¿qué fue de la chica que desplegaba sensaciones pop para una vida mejor? "


A veces me paro y leo los párrafos tan divertidos de mi pasado, de aquel pasado en el que era incapaz de controlar el ser tan impulsiva, donde mentía por doquier y daba igual, imaginaba mi propio mundo y ansiaba contarlo pues para mí resultaba tan real que no podía sentirme mal por ello, un pasado en el que la mitad de tonterías del día habían salido -como no- de mi boca, una época en la que la imaginación rozaba la esquizofrenia , en la que -por supuesto- no sólo daba igual el dichoso qué dirán sino que además ignorábamos su existencia, en la que, que te gustara un chico era -sin duda- el entretenimiento del año, pues hacía mil planes, esquemas, mapas conceptuales con tal de que se fijase en mí, y ¿ahora qué?, no he cambiado, por supuesto que no, soy yo, Sofía, la de todos los días, la de, por favor no hables así, la de cállate ya sofi y déjame dormir, la de cómo se te ocurren esas cosas, sólo que ahora soy más alta, y creo aparentar ser más seria y madura en mis decisiones y actuaciones, pero soy yo, y no me gustaría dejar de serlo.

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