lunes, 28 de mayo de 2012

"Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas"
Antonio Machado

Él lo sabía, porque era poeta. Hace tiempo alguien me dijo que los filósofos no éramos "nada más" que poetas aburridos con pocas ganas de trabajar. Salvo por lo de aburridos y lo de vagos no entendí a qué se refería con ese rotundo "nada más". ¿Nada más que poetas?, ¡como si eso fuera poco!

El poeta, el que lo es de verdad, más que un artista, es una persona que sabe mirar; más que un romántico, es alguien que sabe amar y más que alguien que cuenta su realidad, más que eso, el poeta es ante todo un filósofo. El poeta es alguien que encontró en las palabras un modo de hablar de verdad, que hablando se enamoró de ellas, y por eso las plasmaba en el papel con delicadeza. Lo hacía porque las amaba, y las amaba porque detrás de ellas había algo más que historias de piratas, que desengaños amorosos, más que primaveras luminosas, mucho más que gatos enfurecidos a los que había que colgarles un cascabel. Amaba las palabras porque detrás de ellas había luz, porque detrás de ellas había verdad. La verdad de un hombre que sufría, amaba y se equivocaba, y que no halló otra forma de contárselo al mundo que a través de esos versos.

Y cuando Machado habla de poetas como metafísicos fracasados me inclino a pensar que desgraciadamente tenía razón. Porque encontraron la verdad, la encontraron de la forma más bella que podían haberlo hecho y fracasaron porque no les entendimos. Como no supimos ver verdad detrás de esos versos quisimos tacharles de locos solitarios que no buscaban un "a quién", que hablaban por y para ellos. Ahora el fracaso se ha hecho con el filósofo que queriendo hablar de verdad directamente se le tacha de poeta porque de lo que habla es bello, pero no se entiende. La culpa no es de los poetas, la culpa es de los que no supieron escuchar.

Y ahora el poeta se ha ido. El poeta está solo. Porque en su soledad sus palabras se vuelven verdad, una verdad palpable y sincera como la que busca y ama el filósofo. Y son sus palabras cargadas de realidad las que le acompañan. Hay quien piensa que el poeta es un solitario, un incomprendido. Es verdad que no podemos ver el mundo a través de los suyos, pero estamos equivocados cuando creemos no poder acompañarle en su soledad. Porque la soledad, si acompañada, siempre es más dulce. Porque escuchando y amando como él y con él la verdad de la que nos hablan sus versos estamos tomando el papel más hermoso que un humano podría tomar. Y ahí precisamente radica la grandeza del ser humano, en que descubriéndose pequeño y dependiente se sorprende participante de algo grande, de algo de lo que él también puede tomar parte. Por eso el poeta es un filósofo, porque supo cómo hablar de verdad, porque cuando se topó con Ella se enamoró. ¿Y qué mejor regalo que poesía para la persona amada? Por ello cuando a los filósofos nos tachen de poetas, en vez de darnos la vuelta indignados, sonreiremos orgullosos. Porque en realidad estarán diciéndonos "tú sabes amar la Verdad".

Sofía




viernes, 25 de mayo de 2012

Atocha




Normalmente todo el mundo está dispuesto a ayudar. Nadie tiene inconveniente en tenderte una mano si caes, y además, por lo general, si te deja caer, no se sentirá precisamente bien. Siempre habrá quien deposite alguna moneda en la colecta de los domingos, o en las manos de un drogadicto en potencia, o en las de una pobre mujer que simplemente tiene hambre, o en las de un niño que quiere un helado de chocolate. Cuando vuelvo a casa siempre hago una parada en la estación de Atocha, en Madrid. Me gusta estar aquí. Sé que es demasiado mítico el romanticismo que desprenden las estaciones. Habrá cientos de escritos, un trillón de libros y poesias que hablen de estaciones, de las personas que pasan por aquí. Pero no me extraña, hay que estar loco para no hacerlo.

Es una procesión de colores, de zapatos con prisa, de personas que van de un lado a otro. La mayoría sabe hacia dónde se dirige. Algunos parecen perdidos, pero cuando cruzas la mirada con ellos, en seguida cambian de expresión, como si quisieran decir: "Sé perfectamente dónde estoy". De vez en cuando hay quien parece venir a pasear, caminan despreocupados y apenas llevan equipaje. No me parece raro. Si yo viviera en Madrid, también pasearía por Atocha.

No es sorprendente ver a algunas personas que comen en soledad, que miran al vacío no esperando nada, o que se refugian en el teléfono móvil o el ordenador para no estar, en efecto, tan solos. Pero están ahí, dispuestas a cualquier cosa. Estoy segura de que si fuera una por una pidiéndoles ayuda para lo que fuera, todas o casi todas responderían con un rotundo: "Sí, por supuesto que sí". Les miro y pienso: después de todo el mundo no puede ser tan malo como lo pintan. Y paso horas sentada observándoles, esperando escuchar esa dulce voz de una señorita ausente que me diga cuál es el tren que debo tomar.

Hoy dos grandes verdades se han hecho eco en mi cabeza, que ha mecanografiado mentalmente esto que os cuento para después transcribirlo al ordenador. La primera verdad es que las personas son buenas, que por eso el mundo lo es, y la segunda y la más importante es que tenemos que estar solos, que debemos saber cómo estar solos. Porque si no fuera porque yo adoro la soledad jamás habría observado a estas personas y nunca a través de estos ojos. Estar solo es necesario, amar la soledad también. Y como siempre, no una soledad egoísta que no quiere a los demás. Hablo de esa soledad observadora, de la que te dice cómo eres tú. Esa que te invita a conocerte para que así puedan conocerte también los demás.

Estos son los pensamientos que me han estado rondando en la estación, y qué bien me siento ahora, ahora que os los puedo contar.
Sofía




domingo, 6 de mayo de 2012

Te quiero mamá

Somos quienes somos por las personas que nos han amado. Hoy habrán muchas "mejores madres del mundo", pero estoy segura que ninguna como la mía. También ella me sonríe cuando todo va mal, y se entera de todo lo que pasa en mi vida sin que yo se lo cuente, tiene ese sentido que le dice qué me pasa, y sabe cuando estar, qué decir y cómo decirlo. Pero lo que le hace única no es eso, lo que le hace única es ella misma, y para saber qué es, entonces tendría que ser vuestra madre. Gracias mamá, feliz día, te quiero mucho.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Sincartes




El sol iluminaba todo el campus universitario, ya eran más de las tres. Plutón acababa de almorzar en Faustino, caminaba ensimismado tuiteando a sus compañeros que iba a organizar un gran evento, que quería contarles algo que iba a cambiarles la vida. A lo lejos divisó a un chico sentado cerca del pozo filosófico. Estaba solo. Estaba metido en sus pensamientos, escribía con una pluma fuente sobre un cuaderno de pastas doradas. Parecía que iba a prender fuego al papel. Sigilosamente Plutón se acercó hasta llegar a observar lo que escribía Sincartes. “La tensión entre el ser, lo que es, y lo que desaparece…”. Sincartes cerró el libro con violencia.

Sincartes: ¿Qué crees que estás haciendo?

Plutón: Nada, nada, lo siento. Solo me pareció interesante lo que escribías.

Sincartes: No es interesante. Es privado. Puedes volver por donde has venido.

Plutón: Ehh, calma, calma. Solo quería ser amable. Por cierto, estoy organizando un debate sobre la libertad para alumnos de todas las facultades, ¿te gustaría venir? Es este sábado en el aula 6 de Fcom.

Sincartes: ¿Fcom? ¿En serio te crees que unos pavos de comunicación tienen algo bueno que decir? ¿Y te crees que unos estúpidos de ese calibre van a aportar algo a las grandes reflexiones de la historia de la filosofía, que van a tener una respuesta a los interrogantes de los grandes pensadores de la humanidad, que pueden aportar algo? Ahora entiendo por qué haces la doble.

Plutón: pues sí, sí que lo creo. He tenido un par de debates con los de Económicas sobre la libertad y creo que su experiencia en el mercado puede aportar mucho a mis propias ideas, y estoy seguro que a las tuyas también.

Sincartes: Estás muy equivocado, déjame seguir con lo que estaba. Tú y tu falsa filosofía, por gente como tú estamos como estamos: infravalorados. Solíamos ser los sabios, privilegiados por la sociedad por dedicarnos a pensar. Y ahora se nos dice despectivamente que si estudiamos filosofía solo podremos ser profesores de bachillerato. Pff.

Plutón: ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Por qué estudias Filosofía? ¿Qué sentido le ves a eso que escribes? ¿Para qué lo haces?

Sincartes: Eso no es una pregunta. Eso es un interrogatorio.

Plutón: ¿Qué buscas, Sincartes?

Sincartes: ¿Por quién me tomas? La verdad.

Plutón: ¿Y qué piensas hacer cuando la encuentres? ¿Esconderla en uno de esos grandes libros con los que cargas cada día y que nunca dejas leer?

Sincartes: No. Pero quiero gozar de ella, disfrutarla. ¿No has oído aquello de que la contemplación de la verdad es la actividad más propia del hombre? Pues eso.

 Plutón: ¿Y tú no has oído aquello de que el hombre es un ser social por naturaleza? Pues eso.

Sincartes: Sí, ya, pero eso es solo para las actividades propiamente sociales. Pero la razón es individual, no puedo ir por ahí regalando lo que para mí ha sido el fruto de largos años de trabajo y estudio. ¡Sería de imbéciles! ¡Para eso se inventaron las patentes!

Plutón: ¿Y cómo puedes estar tan seguro de que eso que tienes es la verdad? ¿No te da miedo que si no lo pones a prueba, no puedas escuchar algo diferente que puede que sea válido?

Sincartes: ¿Es que te has vuelto relativista, Plutón?

Plutón: No. Te estoy hablando de algo muy distinto, te hablo del diálogo. ¿No son en realidad tus cuadernos el fruto de un diálogo contigo mismo? ¿No son en verdad un cúmulo de párrafos pensados y corregidos, en los que has visto en ocasiones estar equivocado y has llegado a  tachar lo ya escrito? ¿Acaso te has enfadado contigo mismo cuando has visto que no tenías razón? ¿Te lo has recriminado?

Sincartes: No. Porque he sido yo solo el que ha visto esas verdades, no he necesitado de nadie más para hallar la verdad, no quiero maestros porque no hay ninguno que pueda ayudarme. Porque la filosofía es cosa del filósofo, no de cualquiera. Es exclusiva.

Plutón: Sincartes, ¿Es que acaso tienes miedo? ¿Es una cuestión de salvaguardar tu orgullo? Si no estoy mal, creí haberte escuchado decir que solo buscabas la verdad… ¿Estarías dispuesto a encontrarla fuera de ti, o es que más que la verdad lo que buscas es un poco de seguridad, de admiración?

Sincartes: Vale. Y si decidiera decirlo, explicarlo, ¿qué cambiaría? Paso de estar tres horas discutiendo con una bola de gente que no tiene ni idea y que no piensa cambiar de opinión, ni yo tampoco.

Plutón: pero no crees que al resto les interese tu trabajo? ¿acaso no es una aspiración natural del hombre alcanzar la verdad? Hay cosas que deberías aprender por experiencia…

Sincartes: la experiencia me dice que no querrán escuchar, ni siquiera lo merecen… y sinceramente los entiendo, para una persona cuya mayor aspiración es la fiesta del viernes poco tiene que decirle Kierkegaard o Schopenhauer

Plutón: No puedes ir por ahí juzgando a la gente así. ¿Acaso tú eres simplemente esos cuadernos en los que escribes?  A lo mejor el viernes en la fiesta no les va a interesar, pero puede que a la mañana siguiente cuando estén solos piensen en algo más que eso. Puede que como tú y como yo se pregunten qué hacen ahí, qué valor tiene su vida, hacia dónde la están dirigiendo, pero ¿sabes cuál es la diferencia entre ellos y nosotros?

Sincartes: ¿Cuál?

Plutón: Que ellos no tienen dónde escribirlo, a quién contárselo, con quién debatirlo. No lo tienen porque están enfermos, enfermos de una sociedad que ha dejado a los filósofos de lado. Enfermos del siglo XXI en el que hablar de verdad es casi un insulto, y ¿tú y yo qué?, ¿no vamos a hacer nada al respecto?, ¿no crees que deberíamos ayudarles?

Transcurre un minuto en el que ninguno de los dos dice nada. Plutón suspira derrotado, se da media vuelta y empieza a caminar hacia la carretera. Sincartes le grita –¡Eh, Plutón! – Plutón se da media vuelta y le mira extrañado –¿Qué? –Que nos vemos el sábado.

Carmen Camey
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Esther Rodríguez - Losada
Blog de Esther
Sofía Brotóns

Por culpa del lenguaje

El problema de la verdad ya es bastante controvertido como para introducirlo en paradojas lingüísticas, pensarán algunos. La cuestión radica precisamente ahí. Cuando el hombre se pregunta de dónde viene y a dónde va, lo hace con palabras. Cuando sigue descubriendo que lo que es no puede no ser y que lo que no es no puede ser lo plantea mediante el lenguaje. Y cuando el verdadero filósofo lo es en verdad trata de comunicarle lo descubierto al resto, como si se tratara de una obligación, y lo hace por medio del lenguaje, porque quiere ser escuchado, porque quiere ser entendido. Y es cierto que muchas de las ocasiones en las que el filósofo se ha visto en un callejón sin salida, en un cara a cara frente a la nada ha sido por culpa del lenguaje, por culpa del lenguaje o más bien por culpa del uso que se ha hecho de él. Luego cabría plantear si la culpa no es más bien del hombre, del hombre y de sus limitaciones.

En el artículo “Análisis y verdad” se plantea la posición de Austin frente al problema, sus aportaciones y las discusiones a las que estas le condujeron. En un primer momento, tal y como apunta el profesor, lo defendido por Austin se caracteriza por la polémica que existía entre él y el pensamiento de Strawson. Si analizamos tal dato, caeremos enseguida en la cuenta de que lo que realmente subyace ahí es un diálogo, un diálogo entre dos personas que tratan de llegar a una conclusión. Cuando discutimos vamos puliendo aquello que queremos decir, rectificamos si lo que el interlocutor dice nos parece interesante o válido y llegamos incluso a cambiar de opinión, a escoger otro camino. ¿Y no es eso precisamente la búsqueda de la Verdad? De modo que debemos aceptar que el lenguaje no es infalible pero es, por el momento, de lo que nos valemos para hablar de verdad.

Estamos tan acostumbrados al uso de las palabras que olvidamos su valor, que las encuadramos todas juntas en un esquema en el que son lo mismo y en el que a veces introducimos nociones que son, en efecto, más que meras letras unidas que podemos pronunciar y dar sentido. Me refiero a la noción de verdad. Quizá el problema esté en querer esquematizar todo y cuanto tenemos en nuestras manos, tal vez es porque no advertimos que la verdad se nos escapa, porque no advertimos que la verdad trasciende de lo que podemos palpar. Que no es que no debemos buscarla porque no la vamos a encontrar. No es eso, sino que, como se ha apuntado durante el curso, es inabarcable. Y comprendo la necesidad imperante de muchos filósofos en tratar de enmarcarla, de denominarla una relación entre proposiciones, un nombre propio, una cualidad común, o cualquier término que nos sea conocido para que cuando hablamos de ella no caigamos en el error de no saber de qué estamos hablando.

Probablemente uno de los filósofos que más ayudó en esta polémica cuestión fue Santo Tomás de Aquino cuando habló de verdad lógica, verdad ontológica y verdad moral. Atendiendo a esta distinción lo que Austin defiende, y yo me pongo de su lado, es lo que refiere a la verdad lógica, la adecuación entre la cosa y el intelecto, o lo que es lo mismo: la adecuación entre las palabras y el mundo. Y puede que ahí radique precisamente la fuente del error, en que por el hábito del lenguaje al que estamos acostumbrados nos creemos una especie de mundo lingüístico con una serie de relaciones y reglas que nos lleven a decidir si tal enunciado es válido o no. Todo este procedimiento, a menudo empleado por la lógica, es útil, es práctico, pero el inmiscuirnos demasiado en él nos hace olvidar lo esencial. Y es que todo ello que hemos creado, todas esas normas del lenguaje de las que nos servimos no son el fin, sino el medio para acercarnos a la Verdad.

Amamos la Verdad, estamos inclinados a ella y buscamos los medios desesperadamente para encontrarla, y olvidamos que muchas veces en ese proceso de búsqueda perdemos lo esencial. Quizá deberíamos olvidar tantos esquemas, vivir, observar y amar, porque solo amando uno se asemeja a lo amado, y porque es así cuando uno no pierde lo esencial. Teniendo el punto de mira fijo en aquello que buscamos, en la Verdad, no olvidaremos por qué comenzamos ese camino. Y los medios los valoraremos pero a su nivel correspondiente. Y con las palabras sucede lo mismo y con más razón, tendremos que amarlas también para comprenderlas, para saber emplearlas, y cuando nos lleven al punto equivocado nos echaremos la culpa a nosotros, por nuestro afán incontrolado, y no a ellas que no hacen más que servirnos. Austin sabía cómo buscar, y miraba a las palabras viendo tras ellas el mundo del que nos hablan.


Sofía 

lunes, 26 de marzo de 2012

"Pragmatismos y relativismos" - El mundo a través de sus ojos


Hace no demasiado tiempo, el suficiente para ser capaz de recordarlo, conocí a un hombre, alguien que me hizo comprender que el mundo desde otros ojos no tiene por qué ser falso, que tampoco es otro mundo verdadero, que no es otro. Que es el mismo, pero a través de sus ojos. Yo era muy pequeña para comprender que en el verde de su mirada había un alma reflejada, era incapaz de ver que no solo lo que decían papá y mamá era lo real, que había quien sabía otras cosas, que había ojos, como los míos, contemplando la maravilla de la creación, que querían ser escuchados, que querían contárselo al mundo.

Es verdad que la palabra “pragmatismo” es fea y que “pragmaticismo” lo es aún más. Suena como si alguien con la boca llena tratara de decir algo coherente. Creía que no sacaría nada en claro del ensayo que hemos leído, que lo analizaría, que lo estructuraría en unos cuantos párrafos y luego escribiría una conclusión breve y sin fondo. Pero no ha sido así, me he acordado de él, de sus ojos y de cómo se veía el mundo a través de ellos.  Era poeta, decía que no podía dejar de escribir. Versos y versos plasmados sobre papeles sucios y arrugados. Algunos  de sus poemas parecían absurdos, me hacían reír. Hablaba de tortugas marinas, de que tenían la piel estirada por la sal del agua del mar, de que tenían miedo, de que huían, que buscaban la luz. Y yo me preguntaba qué se le habría pasado por la cabeza a ese pobre hombre para escribir tales estupideces, pero lo cierto es que no podía dejar de leer, no podía y no sabía por qué. 

Y no podía porque lo que contaba era verdadero. Porque detrás de esos renglones que hablaban de galápagos fugitivos se encerraba una verdad, que no era un añadido a la que yo ya conocía, que era la misma, que era la Verdad que me hablaba a través de sus ojos verdes. Comprendí que yo también podía tomar parte de esa importante labor que se me presentaba, descubrí que somos nosotros quienes damos color a la Verdad. Entonces fue cuando desempolvé el ordenador viejo que había en casa y empecé a escribir. Me sorprendí plasmando verdad con menos de quince años, una verdad que si bien necesitaba ser pulida, era tan válida como la que se observa en las obras de los grandes literatos. Y que no era mi verdad, que era una cuestión de miradas, de miradas distintas de una única verdad, de la Verdad. Que era un diálogo eterno entre las personas, que siempre había estado allí, que lo estuvo desde que el primer hombre abrió los ojos y miró el espectáculo que ofrece la vista, desde que alguien comprendió que escuchar puede ser muchas veces mejor que hablar. Comprendí entonces que tan solo era el comienzo de un enriquecimiento inagotable, que me había topado con la Verdad. Y ahora al leer el ensayo del profesor, que me habla de un pragmatismo cooperativo, me vuelvo a topar con ella, y de pronto el pragmatismo no parece tan desagradable.

 La Verdad está esperando a ser conocida, no por alguien afortunado que sea capaz de abarcarla, está esperando a ser conocida por la humanidad. Y tiene razón Pedro Salinas en que “todo lo sabemos entre todos”, porque nosotros que naturalmente buscamos y amamos la Verdad somos distintos, tenemos distintas miras. Es tan verdadero el espectáculo de las tonalidades verdes de los árboles observados desde el cielo, que el espectáculo de zapatos con prisa que se observan desde los ojos de un mendigo tendido en el suelo. Y la Verdad, aunque hay una, se presenta de distintas formas, ilumina con distintos filtros, filtros que son nuestras miradas, porque no somos todos iguales. Porque el poeta en el galápago ve más que yo, que no lo soy. Porque en el agua el marinero ve reflejada una verdad tan profunda y verdadera como la que ve el químico analizando su estructura a través de un microscopio. Y el filósofo vio siempre el mismo sol que hoy nos ilumina, solo que se preguntó el porqué, pero no dijo algo distinto, no creó una nueva verdad, se limitó a observarla y se enamoró de ella, y buscándola trató de saber amarla. Desde el primer momento en el que el hombre se planteó algún porqué, desde aquel instante en que quiso plasmar lo que veía, en el que sintió que el corazón se le aceleraba ante la contemplación de una gran verdad, desde entonces hay filósofos. Y mientras el hombre sigua buscando y amando a la verdad, ya sea en obras de arte, escritos, acciones o palabras, seguirá habiendo filósofos y la Verdad seguirá haciéndose eco.

Sofía

martes, 20 de marzo de 2012

Papá

Y por eso, porque amo la verdad, también le amo a él. Porque probablemente es el hombre más verdadero que conozco, porque en sus ojos se lee lo que hay detrás de ellos. Feliz día, papá.

Sofía

jueves, 15 de marzo de 2012

Lo que quería Rosseau



Lo que quería Rousseau. No estoy muy segura de lo que quería decir con eso, no lo sé. Pero estoy sentada, con las sandalias rotas del año pasado, el sol parece que no deja de mirarme y los pájaros cantan la melodía de una canción de Sabina que estoy escuchando, y es como si olvidara por qué estoy aquí, qué me hizo llegar. Como si solo fuera yo, el aire y yo. 

Sofía

miércoles, 7 de marzo de 2012

Mi querido Van Gogh


Amsterdam, 9 de enero de 1878

"Es verdad que es preferible tener el espíritu ardiente, aunque se deban cometer más faltas, que ser mezquino y demasiado prudente. Es bueno amar tanto como se pueda, porque ahí radica la verdadera fuerza, y el que mucho ama realiza grandes cosas, y se siente capaz, y lo que se hace por amor está bien hecho. Cuando quedamos impresionados por uno u otro libro, por ejemplo, tomando al azar La golondrina, La alondra, El ruiseñor, Las aspiraciones de otoño, Veo desde aquí una señora, Amaba esta pequeña ciudad singular, de Michelet, es porque estos libros han sido escritos con el corazón, en la simplicidad y la pobreza del espíritu. Si se tuvieran que pronunciar algunas palabras pero con un sentido, sería mejor que pronunciar muchas que no serían más que sonidos huecos y no costaría nada pronunciarlas por la escasa utilidad que tendrían. Si se continúa amando sinceramente lo que es en verdad digno de amor y no se derrocha el amor en cosas insignificantes y nulas e insípidas, se logrará poco a poco más luz y se llegará a ser más fuerte".


Vincent Van Gogh

jueves, 1 de marzo de 2012

Artista




No hace falta pintar un paisaje, escribir una canción o esculpir algo capaz de amenazar a la verdad. Basta con ser, con estar. Basta con dejar tu huella en la obra más hermosa del más grande de los artistas. Basta con dejar tu firma en la humanidad. Él no fue capaz de entenderlo, no hasta que llegó Rocío.

Hemingway dijo que cuando no podía escribir, escribía una frase verdadera. Y eso hacía él, pero con sus cuadros. Era un enamorado de la verdad, como todo buen artista. Y trataba de sentirse correspondido por ella. Y tomaba sus colores y su luz para darle algo que si bien no pretendía eclipsarle, le ofrecía un espejo en el que contemplar su hermosura, y amarse. Porque la verdad siempre ama a la verdad, y no hay amor más puro. Tal vez solo buscaba su reflejo, quizá para atesorarlo, porque ansiaba con todo su corazón tenerla. Pero jamás la consiguió, porque la verdad no pertenece a nadie. Estaba solo, siempre lo había estado.

En el dobladillo de sus pantalones, en los extremos de su bigote, en el contraste del gris de su mirada con el azabache de la pupila, incluso en su risa que hacía tanto no escuchaba, en él: arte.  Huyó del ruido porque quería estar solo, porque quería pintar. Conocía la belleza de la mujer, había trepado por espaldas morenas y de palidez asiática, había besado labios carmín y manos de porcelana. Pero no tenía musa, no la necesitaba. 


Sofía

La verdad de las palabras



Es verdad que el artista se enamora de lo que la naturaleza le ofrece para mostrar quién es y qué quiere contarnos. El pintor; de la luz, el cocinero; de las especias, de los aromas, el bailarín; de la música, y el escritor, el escritor se enamora de las palabras. En cierto sentido todos somos artistas, artistas que participan de la gran obra y artistas que, con suerte, tendrán la oportunidad de dejar su firma antes de partir, la firma que como la de Van Eyck en la obra “El matrimonio Arnolfini” diga: “Yo estuve aquí”.

Leyendo “Vaguedad” de Russell advierto que quería decirnos algo, tenía algo en mente que quería que supiéramos, que entendiéramos, y tomó unas cuantas palabras y las dispuso perfectamente sobre el papel, para que yo hoy pueda leerlas y tratar de comentar qué me sucede a mí al abstraer lo que ahí hay plasmado, que pueda comprender qué quería decir cuando hablaba de la vaguedad del lenguaje, cuando explicaba el problema de la falta de precisión y cuando decía que quizá la lógica solucionaría parte del problema, pero no todo.

Cuando empiezo a escribir comienzo dándole vueltas al asunto que quiero abordar, vagamente. Leo lo que he dicho y lo hago entonando de diferentes maneras para verlo desde diversos puntos de vista; borro, tacho, releo, anoto y finalmente concluyo y observo el conjunto -como quien admira un cuadro impresionista- y me sonrío. Imagino que cuando Miguel Ángel liberaba las hermosas figuras de piedra, a las que él daba vida, hacía lo mismo que yo: pulía y terminaba. Y así lo hará el pintor, y también el cocinero cuando añade una pizca de sal. Queremos precisar qué queremos mostrar, lo necesitamos, y sucede así porque en algún lugar de nuestro interior está exactamente eso que sentimos delimitado de cabo a rabo, sin rastro de vaguedad, y ansiamos contarlo, nos parece casi una obligación, pero el lenguaje no siempre es la mejor opción. Russell tomó la lógica, yo, las palabras, y cuando no lo consigo, los silencios.

No somos solo animales racionales, somos animales simbólicos. Esa definición encierra mucho más que la belleza de lo que hace que nos conformemos como personas. En nuestro interior sucede algo más que una serie de reacciones químicas, algo más que relaciones neuronales, y sucede algo que como tal lo hemos situado en un lugar, un lugar al que hemos dado el nombre de alma. Y es ahí exactamente, cuando reflexionamos sobre nuestro yo, cuando nadie está mirándonos, es en ese preciso momento cuando estamos siendo nosotros mismos. Pero no podemos quedarnos ahí, uno no puede simplemente observarse a sí mismo, curiosearse. No puede, ni quiere. Queremos contárselo a los demás. Necesitamos decirles quiénes somos, por qué estamos aquí, por qué sufrimos, a qué tememos y qué estamos buscando. No me gusta la lógica proposicional. Entiendo su utilidad, comprendo la ocurrencia de su invención, pero no me gusta. Y por eso trato de decir qué me está pasando sirviéndome de las palabras, y cuando estoy contenta bailo y cuando estoy nostálgica invento una canción, y la canto. Y no es verdad que no podamos expresar lo que pretendemos, no es verdad, porque somos capaces de precisarlo de otro modo, ni con la lógica proposicional, ni con sistemas reduccionistas que hacen que se pierda el jugo de lo que tratamos de contar, somos capaces con nuestras manos, con nuestra voz, con nuestra mirada, con nuestra risa.  

El problema acontece cuando parece que hemos agotado los medios, cuando la melodía culmina, cuando cesan los colores y cuando las palabras se callan. La realidad no es vaga, como dice Russel, la realidad, el ser, está ahí esperando ser conocido, la cuestión radica en lo limitado de nuestro conocimiento. Entre la verdad y nosotros hay una especie de familiaridad ontológica que hace que queramos buscarla, encontrarla y amarla. El hecho, además, es que sobre las realidades abstractas tenemos más palabras que decir, nos resulta más fácil hablar de ellas, mientras que sobre lo concreto caemos más a menudo en el error, y aquí es exactamente cuando vislumbramos lo que quiere decir Russel cuando habla de “vaguedad”. Podemos tratar de “hablar” de Belleza pintando un hermoso paisaje, de lo Uno trazando un punto, golpeando un tambor con un golpe corto y seco, podemos “hablar” de Bondad componiendo una melodía, “hablar” de Dios empleando la analogía, pero no podemos agotar aquello que estamos tratando, el Ser es inagotable.

Y es ahí precisamente donde radica la grandeza del ser humano, esa grandeza reside en que, habiendo admirado el Ser, se descubre como participante de Él. Se sorprende pequeño y dependiente. Advierte el papel que toma en la mayor de las obras, comprende su naturaleza y se descubre a sí mismo.

Sofía




domingo, 26 de febrero de 2012

¿Por qué ondeas esa bandera?

Podrías haber nacido en cualquier lugar del mundo, y sin embargo estás aquí ondeando una bandera que supuestamente te representa y matas y mueres por ella. Podrías no ser quien eres, odiar lo que amas hoy y desear lo que repudias. Podrías directamente no estar, pero sin embargo estás. No tener en tus manos lo que hoy te ofrece la vida, podrías haberlo perdido todo e incluso no haberlo tenido jamás. Y es precisamente porque estás, porque eres tú, porque ondeas esa bandera, porque tienes, porque eres feliz, porque lo eres y porque no lo sabes. Por eso, es por eso por lo que tienes una obligación. Una obligación que puede suponer dos respuestas, la primera la sabes, la de huir, la de siempre. Y la segunda bueno, la segunda requiere más esfuerzo, como todas las cosas bellas. Buscar aquí, a pie de calle, buscar allí donde no haya alguien sonriendo y solucionarlo. Enseñarles la realidad, iluminar. Porque tienen los ojos abiertos pero no ven nada.

Sofía


Fotografía: http://anatman.blogia.com/ "De la felicidad y la pobreza"

jueves, 23 de febrero de 2012

Yolanda, de Sabina





Escuchando "Yolanda" de Sabina una tarde en la que llovía me conmoví. Una canción de amor sin palabrería, y es que las palabras son muy valiosas, y por eso estoy enamorada de ellas. Y si se usan en abundancia y se usan mal se distorsiona lo que se quiere contar. Y estaba claro que esa canción iba dirigida a un ser encantador, a una mujer maravillosa que se llamaba Yolanda. Y traté de imaginar cómo sería ella, cómo debía de ser para que alguien le escribiera una canción tan bella. Entonces escribí esta historia. 


"En la calle número ocho mirábamos empapados por la ventana. Papá besaba a mamá y le susurraba algo al oído que no podíamos escuchar, y nos reíamos. Yolanda me sujetaba en brazos, y yo apoyaba mi cabeza sobre su cuello con olor a lavanda. Luego caminábamos por las calles mojadas y sus tacones resonaban en todo el lugar, y los hombres la miraban y yo les observaba sonriente. Entrábamos en el jardín de Ricardo y entonces era ella la que susurraba, y yo, yo jugaba con los gatos. Después regresábamos y papá y mamá nos cubrían de besos.

Cada mañana podía oír sus trotes sobre el suelo de mármol viejo de la cocina, y bailaba mirándose en el reflejo del cristal. Y yo entraba, y se sonrojaba. Después empezaba a tararear y acabábamos cantando a gritos. Y Yolanda acababa agarrada a papá y bailaban por toda la casa. Después se marchaba a hablar con la vieja Marie y le cuidaba, la vieja Marie sufría de alzhéimer, y nadie quería estar con ella, solo Yolanda. Algunos días se ocupaba de asearla y volvía a casa despeinada y cansada, y a veces tenía cristalitos en los ojos, pero me sonreía y me volvía a coger en brazos. Decía que la vida era azul, decía que llorar es de fuertes y me invitaba a hacerlo si estaba decepcionado o derrotado, pero ella jamás lloró, decía que el mundo guardaba un secreto y que era yo el que tenía que descubrirlo, decía que cada minuto había al menos alguien pensando en mí, que yo era guapísimo, el más guapo de los hermanos, y que lo sería aun más cuando creciera. Llevaba siempre vestidos coloridos, y decía que era importante, que provocaba felicidad en otras personas, que era importante no vestir de marrón, por eso yo siempre llevaba los pantalones rojos manchados, decía que el mundo era amor, todo amor, decía que no amaba solo a un chico como las demás, que amaba a mamá, a papá, al roble junto al portal y a los gatos de Ricardo, y a mí, bueno a mí más que a nadie en el mundo. A veces me preguntaba si yo creía en Dios, ella decía que no lo sabía, pero que lo averiguaría. Me dijo que lo importante es llevar los dientes limpios para poder sonreír siempre, que la vista proporciona el mayor de los espectáculos, me dijo que la vida merecía ser vivida porque era corta, porque era corta y porque era preciosa.


Y yo no entiendo cómo es que ella lo sabía. La vida sí es muy corta. Ni siquiera recuerdo su cara pálida y demacrada en la cama, no soy capaz de recordar cómo murió, y cada vez que pienso en Yolanda la imagino con su vestido de lunares amarillos bailando vals en la cocina."


Sofía

domingo, 12 de febrero de 2012

Enamorada del señor Domingo



Estoy enamorada del señor Domingo. Hay dos formas de vivir; respirando o imaginando que respiras. Me inclino por la segunda. Cuando tenía unos diez años solía imaginarme que los días como hoy son en realidad un hombre gordo y con bigote llamado señor Domingo, por eso me negaba a escribirlo con minúscula, pensaba que se levanta radiante y que por eso quema el sol, que huele a perfume y va dejando rastro de él por donde pasa. Y prefiero seguir pensándolo, prefiero pensar que el señor Domingo viene, otra vez, para bordar la semana. Para dejarme descansar o invitarme a dar un paseo, aunque haga frío. Que viene porque quiere que coma paella en la playa con olor a sal. Que trae de la mano a mis abuelos y que ellos me sonríen muy arreglados. Prefiero pensar que el señor Domingo viene hoy porque me quiere, porque es el día especial, que me trae algún recuerdo feliz por si la semana ha ido mal, por si he decidido que ya no puedo más. Y que me regala un pedacito de algo que me hace recordar que pase lo que pase hay Alguien ahí que quiere decirme que siempre ha estado y que siempre estará. 

Que paséis un buen Domingo, con mayúscula. 

Sofía

sábado, 3 de diciembre de 2011

WAR IS OVER if you want

Bípedos sin plumas. Cansados y sin ganas de seguir adelante. Porque luchamos por una mujer que decía llamarse Libertad, porque morimos pronunciando la palabra igualdad y porque se nos fue de las manos. Y ahora, ahora esclavos de nuestra libertad tan ansiada, aniquilándonos para ser iguales, y gritando al viento lo mucho que nos hemos ganado el mundo de mierda en el que vivimos. Viva nuestro siglo.


Sofía

viernes, 25 de noviembre de 2011

"Locura de los demás y nunca miro la mía" ECDL

Hace poco menos de un año el gran "Don Sabelotodo" de esta Universidad criticaba con desdén la maravillosa historia de Alicia. Que era absurda decía, y se reía pedantemente con una especie de cosa que puede llamarse carcajada. Que no tenía sentido. Como si lo que él dice tuviera algún tipo de sentido. No le dije nada porque habría quedado como una maleducada, eso si le hubiera dicho todo lo que entonces se me había pasado por la cabeza. 

Y es que no he conocido a nadie del que pueda decir que no es particular, especial o un poco "loco". Será porque no llego a los veinte, o puede que simplemente resulte que todos tenemos algo de locura. Sabéis, no. No es eso. No somos locos en un mundo de cuerdos, ni cuerdos en uno de locos. Somos personas, eso es todo (y menudo todo), ¿qué es lo que no se comprende? y bueno, Alicia, Alicia no estaba loca. Alicia sabía cómo vivir.

Sofía





Diálogo de A. en el País de las Maravillas

"Alicia, aquí todos estamos locos; yo estoy loco, tú estas loca...."

domingo, 20 de noviembre de 2011



Fotografía publicada por El País.



Hoy elecciones, claro que sí, como si solo nos hiciera falta eso. Y todos sonriendo como si tuvieran un inquietante problema mental. Siento ser yo la que tenga que decir esto pero, oigan, nada va a cambiar mientras frases como la que sostiene el ateniense de la foto sigan resonando en toda la humanidad.

Sofía

martes, 21 de diciembre de 2010

Desastre afectivo

No tenemos la culpa. Quisimos más amor y no pudieron dárnoslo. Nacimos quizás con una horrible tendencia a llamar la atención, a ser queridas, a querer, a que, de hecho, nuestra vida girase en torno a eso. Tampoco tenemos la culpa de enamorarnos, de siempre desear más, no somos culpables de nuestra sensibilidad, de esas lágrimas después de una película absurda, de nuestro frío y duro caparazón para proteger nuestro endeble corazón. El mundo nos hizo así, ¿no es cierto? No puedo evitar echar de menos a ciertas personas que sé que probablemente hayan olvidado mi nombre, no puedo evitar sonreír si recuerdo algún momento absurdo, no puedo dejar de pararme en los lugares en los que viví aquellos instantes, de pensarlos y analizarlos como si fueran, acaso, importantes. Pero sobreviviré, lo juro. Se llama desastre afectivo.
Sofía.

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