miércoles, 1 de agosto de 2012

Buenos días, agosto




Buenos días, agosto. ¿Cómo has dormido? Pensé que no llegarías jamás. Y aquí estamos, otra vez los dos. Sabes… cada vez que nos encontramos después de tanto sin vernos me invaden un sin fin de recuerdos y me transporto en el tiempo, allá cuando aún no tenías esas jóvenes arrugas, allá cuando aprendías a nadar en las aguas del Mediterráneo, allá cuando empezabas a amar, y por un segundo se me olvida que estás aquí, con esas patillas tan modernas y ya canosas, mirándome y esperando ese abrazo de reencuentro. ¿Dónde quieres ir? A veces pienso que te aburres de este sol, de esas tormentas tan predecibles de los últimos días, me pregunto si no te gustaría ser septiembre, pero en seguida me digo a mí misma lo equivocada que estoy. Quién sería septiembre pudiendo ser agosto. Iremos a pasear solos, como siempre, porque estoy cansada de julio y esas aglomeraciones de gente que no conozco y que jamás conoceré, de junio y ese olor a pólvora. Quiero estar sola, sola contigo. Solo te pido que no te marches pronto, agosto. Que te quedes un poco más, que le digas a septiembre que siga durmiendo, que todavía no le esperamos.

Sofía

martes, 31 de julio de 2012

Prefiero volar





El tiempo vuela por encima de nuestras cabezas, señores. Ya estamos a 31 de julio y no he hecho absolutamente nada de lo que me había propuesto. Y vale que odio la planificación, y vale que ese odio está totalmente justificado, pero ¿esto? Los libros que quería leer, las playas que quería visitar, las personas que quería conocer se han quedado en un rincón junto con mi lista del “deporte del verano”, y sí, podéis reíros, tenéis mi permiso y todo el derecho. La vida, como el verano, es probablemente menos que ese tan usado y desgastado “abrir y cerrar de ojos” que usan las personas adictas a las frases hechas. Y os prometo que tiemblo de imaginarme con esas arrugas tan graciosas y con la vista puesta en mis nuevas zapatillas de estar por casa.

Si todo va bien, bueno, mejor dicho, si todo va maravillosamente mi vida durará tres o cuatro veces los 20 que tengo ya. Y esos 20 se concentran en dos o tres momentos increíbles, en unos cuantos besos, alguna carta, las personas que me rodean y en la que yo me he convertido. ¿Entonces era esto? La vida. ¿Nacer para esto? Eso es probablemente lo que se os habrá pasado por la cabeza a los que me estéis siguiendo el rollo hoy. Pero como hoy, y por qué no, siempre, estoy de buen humor, démosle la vuelta a la tortilla (y la ganadora soy yo en frases hechas desgastadas). Vale la pena vivir, eso está claro, por corta que sea, pero hay que ser un poco avispado (tengo que parar, lo sé).

No está nada mal eso de las listas de cosas que quieres hacer antes de morir, apuntar en el apartado de notas de tu blackberry las canciones que quieres escuchar, a qué hora te quieres levantar, los posibles deseos de tus próximos cumpleaños y los propósitos de la mañana siguiente a Nochevieja. No solo está bien planificar, es altamente recomendable, y sí, soy yo, Sofía. Pero voto más por vivir sin planificar, que no es lo mismo que tumbarse en el sofá esperando a que alguien venga y te traiga su lista de planes para que seas tú quien los cumpla. Eso no. Hablo de estar siempre por la labor de aprender algo nuevo, de tener sueños sin necesidad de apuntarlos en una libreta de espiral, de cumplir lo que te propongas, y de proponerte cosas nuevas. Y... et voilà, la vida pasará aún más rápido de lo que pasaba antes que no hacías nada. Y en menos de lo que canta un gallo (me entra la risa incluso, pero no puedo evitarlo) estarás arrugada, fardando de zapatillas con tus colegas del Imserso. Depende de ti. No me gusta la idea de que mi vida corra mientras no hago absolutamente nada. Prefiero volar.

Sofía

La más bella creación

Todos tenemos algo que decir. Antes también, solo que algún bigotudo prohibía esa expresión tan incómoda. Y volvemos a lo mismo. Ahora todos queremos hablar, y nos pisamos, nos atropellamos, nos insultamos por conseguir ese minuto de gloria. Ese instante en el que el que escupe soy yo, y todos los demás, me escuchen o no, al menos permanecen callados. Qué hay que hacer para que me saquen de aquí. 

"Hablar es gratis" es una mentira muy cruel que un listillo soltó una vez aprovechando su minuto de protagonismo. Y es mentira, porque no hay nada más caro que hablar. Que conocemos el precio de todo y el valor de nada, como decía el guapo de Wilde. Hablar por hacer ruido es como, para los bípedos sin plumas de hoy, arrojar oro a un pozo. Me gusta escribir y no lo hago siempre, hay otras formas. Puedes cantar, aunque no se te de bien, puedes pintar, correr, saltar, puedes callarte. Pero no maltrates las palabras, la más bella creación. Que si no hablan de verdad, son inútiles. Que si sirven para arrojar piedras, mejor utilices las manos.

Sofía

domingo, 22 de julio de 2012

#abortolibre

No es una cuestión política ni mucho menos una cuestión religiosa. Hoy en España es TT #abortolibre. Si hay algo que me pone más nerviosa que los tenedores con los pinchos hacia arriba es el mal uso de las palabras. Todos nos equivocamos al emplearlas, son muchas, complicadas, nadie nos ha dicho dónde meterlas, cuando nos explicaron lo del sujeto y el predicado estábamos en otras cosas, de acuerdo, pero ¿ABORTO LIBRE? ¿ENSERIO? No voy a ir paso por paso explicando qué es el aborto, ni qué es libertad, ni qué significa la violación a la lengua española: "aborto libre". No lo voy a hacer porque quiero hacer hincapié en algo bastante más importante. 

Parece que la crisis en la que estamos sumidos podría pasar a llamarse algo así como: crisis del derecho a todo. Hace bastantes años alguien con cabeza se introdujo en la afanosa lucha por los derechos, por la igualdad, otros tantos descabezados le siguieron el rollo hasta tal punto que cruzamos la línea y a día de hoy tenemos tantos derechos que hemos olvidado el significado de esa lucha. Olvidamos que por naturaleza también tenemos obligaciones, que el que las cumple es el que adquiere los derechos. No me cabe en la cabeza el punto de sufrimiento y dolor al que tiene que llegar una madre para acabar con la vida de su propio hijo, y me cabe mucho menos que ni siquiera exista ese punto de sufrimiento, que sea tan sencillo como tirar a la basura lo que no me sirve, lo que no me apetece. 

A menudo el hombre se va de rositas en asuntos de moral, cuando mata en defensa propia es comprensible, porque era su vida o la del otro. Cuando se venga de alguien porque le ha causado daño todos comprendemos que lo haga, la cuestión es: ¿es lo mismo afirmar que una acción es comprensible que decir que una acción es buena? Por supuesto que no. Matar es objetivamente malo, en defensa propia o no, nada te da derecho a decidir sobre la vida de otra persona aunque haya un papel firmado por algún -como se refería Pérez-Reverte a los políticos- indocto con corbata. Matar es, de hecho, la acción más cobarde que el hombre puede cometer, pero si hay algo que es todavía más cobarde que eso es matar a alguien que no puede defenderse. Aquellos que gritan al viento el irrefutable derecho a abortar lo hacen a menudo apoyándose en el hecho de que los anticonceptivos no resultaron útiles, que fue un error, una irresponsabilidad de alguien joven con una intensa y larga vida por delante. Y yo me meto en su juego y digo: si has cometido la "irresponsabilidad" de darle vida a una persona, ten la responsabilidad de dejarle vivir. Y fuera de su juego les digo: no tienes ni idea del regalo que Dios te ha dado. Pero claro, salir de su juego y que me escuchen ya es otro cantar.

Sofía

Peor que las drogas, la envidia




Convertir la envidia en admiración, una práctica poco frecuente y sin embargo muy necesaria. Es alucinante la cantidad de cosas que somos capaces de hacer y decir por envidia. A menudo escuchamos que no hay nada más feo que ese sentimiento, que no hay nada tan malo o ruin. Ni malo, ni ruin. Es triste. Es puñeteramente triste que alguien tenga que hurgar en los más sutiles defectos de alguien para contrarrestar todo lo envidiado. Y es triste precisamente porque creyendo que destroza al otro no sabe que se destroza a sí mismo. Lo idílico sería que esa persona abriera los ojos y descubriera que no tiene por qué envidiar, porque él mismo es único, porque de aquí a que la Tierra se desvanezca no nacerá nadie como él jamás, que deje o no su huella siempre existirá el hecho de que nadie pisará como él pisó, que nadie dijo lo que él habló, que nadie estuvo como él vivió. 


Eso es lo idílico. Pero todos sabemos que de ilusiones viven muy pocos y que la gente mata por dosis de realidad, de esas de ladrillo en la cara. Mi consejo entonces es que busques seguridad en otra cosa que en destrozar a alguien; que si tiemblas, te controles; que si tienes miedo, te escondas; que si buscas defectos, empieces por ti; que vivas y que dejes vivir. 

Sofía

domingo, 1 de julio de 2012

Me tranquiliza saber que no te irás

Habré escrito más de un millón de veces que nadie es imprescindible, que vinimos solos y nos largaremos solos. Y él como siempre ha estado ahí para ser la excepción que confirma la regla. Hablo a menudo de los artistas, de aquellos que intentan darle la vuelta al mundo para decirle "oye, yo he estado aquí", para que al marcharse y dormirse tras esas losas de piedra fría todos recordemos quiénes fueron y por qué vinieron, para que digamos que ellos sí que eran imprescindibles y para que así podamos llamarles artistas. Él era un artista y mucho más que eso. El artista no es el que maravilla al mundo con algo incomprensible, es el que amando lo que tiene, tiene todo lo que quiere. El que ve más allá de sus narices, el que amando descubre el mundo y el mundo le descubre a él.

Me tranquiliza saber que estás aquí, que no te has ido y que sí que volveremos a verte. Me tranquiliza pensar que nos miras, que nos cuidas y todavía allí te ríes de nuestras bromas. Que no has dejado de amar porque tu corazón era demasiado grande ya para permanecer en un mundo tan pequeño como este. Me tranquiliza saber que tuvimos la suerte de tenerte con nosotros, me tranquiliza imaginarte allí descubriendo la Verdad y recibiendo el amor de El más grande. Me tranquiliza que aunque no te lo hayamos repetido demasiadas veces, sabes que te queremos más que a nadie, y que tú nos quieres a nosotros como no se ha pensado jamás. Me tranquiliza saber que nos oyes todavía cuando miramos el cielo y decimos: "Gracias, abuelo", "Gracias, papá", "Gracias, Nicasio".  Me tranquiliza saber que jamás te irás, que estás aquí.

Sofía


martes, 19 de junio de 2012

"El amor está en todas partes"

“El amor está en todas partes.” Así empieza una de mis películas preferidas, una de las que me hacen llorar a moco tendido cuando ya creo haberlo perdido todo. “El amor está en todas partes”, y aparece una entrañable imagen en la pantalla. Un aeropuerto, cientos de reencuentros acompañados de frases dramáticas y descaradamente manipuladoras. Y de pronto la atmósfera te envuelve, y ahí estás, frente a la televisión con un tremendo nudo en la garganta que te hará llorar por personajes que ni siquiera existen.

De verdad que no miento cuando digo que amo a todo el mundo. No trato de tirarme flores. Amo los andares de algunos hombres, esa forma que tienen de levantar la ceja las mujeres atrevidas y sin pelos en la lengua, las risas, el sufrimiento que comporta la vida, amo a las personas por lo que son, por lo que son capaces de ser y no por lo que tienen. Pero, ¿para qué engañarnos? También me sorprendo indefensa ante la falta de un amor de los que hablan todo el rato mis películas favoritas de lágrima fácil. Y como si en una psicoanalista me hubiera convertido, me descubro realizando la mayor introspección que he hecho jamás, un viaje hacia mi intensa memoria y mi corta historia, y entonces me reprocho: Sofía, ¿por qué no puedes amar? (en el segundo sentido del que estamos hablando, claro) y ahí está él, de pronto, frente a mí, con esa sonrisa absurda y esas odiosas gafas. Y “et voilà”, parece que me habla y que me dice: “Destrozar a una mujer una vez es solo el primer paso para que ella se convierta, en adelante, en una mujer destructora”.


Sofía

lunes, 11 de junio de 2012

"¡Y por fin hubo que crecer! Cuando eres un crío eres tan ingenuo que crees que se crece poco a poco, ¡y una mierda! Es como un tortazo, ¡zas! como el golpe de la rama de un árbol cuando alguien camina delante de ti por el bosque".





Jeux d'enfants

jueves, 7 de junio de 2012

Ornitorrinco

- ¿Le ha dado los buenos días a su mujer últimamente?
- No, desde ayer no.Y usted, señora, ¿le ha dicho te quiero a su marido últimamente?
- No, desde hace cien años. Tampoco te he dicho nunca ornitorrinco y creo que hay que subsanar ese olvido. ¡Ornitorrinco!
- ¡Ornitorrinco!

lunes, 28 de mayo de 2012

"Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas"
Antonio Machado

Él lo sabía, porque era poeta. Hace tiempo alguien me dijo que los filósofos no éramos "nada más" que poetas aburridos con pocas ganas de trabajar. Salvo por lo de aburridos y lo de vagos no entendí a qué se refería con ese rotundo "nada más". ¿Nada más que poetas?, ¡como si eso fuera poco!

El poeta, el que lo es de verdad, más que un artista, es una persona que sabe mirar; más que un romántico, es alguien que sabe amar y más que alguien que cuenta su realidad, más que eso, el poeta es ante todo un filósofo. El poeta es alguien que encontró en las palabras un modo de hablar de verdad, que hablando se enamoró de ellas, y por eso las plasmaba en el papel con delicadeza. Lo hacía porque las amaba, y las amaba porque detrás de ellas había algo más que historias de piratas, que desengaños amorosos, más que primaveras luminosas, mucho más que gatos enfurecidos a los que había que colgarles un cascabel. Amaba las palabras porque detrás de ellas había luz, porque detrás de ellas había verdad. La verdad de un hombre que sufría, amaba y se equivocaba, y que no halló otra forma de contárselo al mundo que a través de esos versos.

Y cuando Machado habla de poetas como metafísicos fracasados me inclino a pensar que desgraciadamente tenía razón. Porque encontraron la verdad, la encontraron de la forma más bella que podían haberlo hecho y fracasaron porque no les entendimos. Como no supimos ver verdad detrás de esos versos quisimos tacharles de locos solitarios que no buscaban un "a quién", que hablaban por y para ellos. Ahora el fracaso se ha hecho con el filósofo que queriendo hablar de verdad directamente se le tacha de poeta porque de lo que habla es bello, pero no se entiende. La culpa no es de los poetas, la culpa es de los que no supieron escuchar.

Y ahora el poeta se ha ido. El poeta está solo. Porque en su soledad sus palabras se vuelven verdad, una verdad palpable y sincera como la que busca y ama el filósofo. Y son sus palabras cargadas de realidad las que le acompañan. Hay quien piensa que el poeta es un solitario, un incomprendido. Es verdad que no podemos ver el mundo a través de los suyos, pero estamos equivocados cuando creemos no poder acompañarle en su soledad. Porque la soledad, si acompañada, siempre es más dulce. Porque escuchando y amando como él y con él la verdad de la que nos hablan sus versos estamos tomando el papel más hermoso que un humano podría tomar. Y ahí precisamente radica la grandeza del ser humano, en que descubriéndose pequeño y dependiente se sorprende participante de algo grande, de algo de lo que él también puede tomar parte. Por eso el poeta es un filósofo, porque supo cómo hablar de verdad, porque cuando se topó con Ella se enamoró. ¿Y qué mejor regalo que poesía para la persona amada? Por ello cuando a los filósofos nos tachen de poetas, en vez de darnos la vuelta indignados, sonreiremos orgullosos. Porque en realidad estarán diciéndonos "tú sabes amar la Verdad".

Sofía




viernes, 25 de mayo de 2012

Atocha




Normalmente todo el mundo está dispuesto a ayudar. Nadie tiene inconveniente en tenderte una mano si caes, y además, por lo general, si te deja caer, no se sentirá precisamente bien. Siempre habrá quien deposite alguna moneda en la colecta de los domingos, o en las manos de un drogadicto en potencia, o en las de una pobre mujer que simplemente tiene hambre, o en las de un niño que quiere un helado de chocolate. Cuando vuelvo a casa siempre hago una parada en la estación de Atocha, en Madrid. Me gusta estar aquí. Sé que es demasiado mítico el romanticismo que desprenden las estaciones. Habrá cientos de escritos, un trillón de libros y poesias que hablen de estaciones, de las personas que pasan por aquí. Pero no me extraña, hay que estar loco para no hacerlo.

Es una procesión de colores, de zapatos con prisa, de personas que van de un lado a otro. La mayoría sabe hacia dónde se dirige. Algunos parecen perdidos, pero cuando cruzas la mirada con ellos, en seguida cambian de expresión, como si quisieran decir: "Sé perfectamente dónde estoy". De vez en cuando hay quien parece venir a pasear, caminan despreocupados y apenas llevan equipaje. No me parece raro. Si yo viviera en Madrid, también pasearía por Atocha.

No es sorprendente ver a algunas personas que comen en soledad, que miran al vacío no esperando nada, o que se refugian en el teléfono móvil o el ordenador para no estar, en efecto, tan solos. Pero están ahí, dispuestas a cualquier cosa. Estoy segura de que si fuera una por una pidiéndoles ayuda para lo que fuera, todas o casi todas responderían con un rotundo: "Sí, por supuesto que sí". Les miro y pienso: después de todo el mundo no puede ser tan malo como lo pintan. Y paso horas sentada observándoles, esperando escuchar esa dulce voz de una señorita ausente que me diga cuál es el tren que debo tomar.

Hoy dos grandes verdades se han hecho eco en mi cabeza, que ha mecanografiado mentalmente esto que os cuento para después transcribirlo al ordenador. La primera verdad es que las personas son buenas, que por eso el mundo lo es, y la segunda y la más importante es que tenemos que estar solos, que debemos saber cómo estar solos. Porque si no fuera porque yo adoro la soledad jamás habría observado a estas personas y nunca a través de estos ojos. Estar solo es necesario, amar la soledad también. Y como siempre, no una soledad egoísta que no quiere a los demás. Hablo de esa soledad observadora, de la que te dice cómo eres tú. Esa que te invita a conocerte para que así puedan conocerte también los demás.

Estos son los pensamientos que me han estado rondando en la estación, y qué bien me siento ahora, ahora que os los puedo contar.
Sofía




domingo, 6 de mayo de 2012

Te quiero mamá

Somos quienes somos por las personas que nos han amado. Hoy habrán muchas "mejores madres del mundo", pero estoy segura que ninguna como la mía. También ella me sonríe cuando todo va mal, y se entera de todo lo que pasa en mi vida sin que yo se lo cuente, tiene ese sentido que le dice qué me pasa, y sabe cuando estar, qué decir y cómo decirlo. Pero lo que le hace única no es eso, lo que le hace única es ella misma, y para saber qué es, entonces tendría que ser vuestra madre. Gracias mamá, feliz día, te quiero mucho.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Sincartes




El sol iluminaba todo el campus universitario, ya eran más de las tres. Plutón acababa de almorzar en Faustino, caminaba ensimismado tuiteando a sus compañeros que iba a organizar un gran evento, que quería contarles algo que iba a cambiarles la vida. A lo lejos divisó a un chico sentado cerca del pozo filosófico. Estaba solo. Estaba metido en sus pensamientos, escribía con una pluma fuente sobre un cuaderno de pastas doradas. Parecía que iba a prender fuego al papel. Sigilosamente Plutón se acercó hasta llegar a observar lo que escribía Sincartes. “La tensión entre el ser, lo que es, y lo que desaparece…”. Sincartes cerró el libro con violencia.

Sincartes: ¿Qué crees que estás haciendo?

Plutón: Nada, nada, lo siento. Solo me pareció interesante lo que escribías.

Sincartes: No es interesante. Es privado. Puedes volver por donde has venido.

Plutón: Ehh, calma, calma. Solo quería ser amable. Por cierto, estoy organizando un debate sobre la libertad para alumnos de todas las facultades, ¿te gustaría venir? Es este sábado en el aula 6 de Fcom.

Sincartes: ¿Fcom? ¿En serio te crees que unos pavos de comunicación tienen algo bueno que decir? ¿Y te crees que unos estúpidos de ese calibre van a aportar algo a las grandes reflexiones de la historia de la filosofía, que van a tener una respuesta a los interrogantes de los grandes pensadores de la humanidad, que pueden aportar algo? Ahora entiendo por qué haces la doble.

Plutón: pues sí, sí que lo creo. He tenido un par de debates con los de Económicas sobre la libertad y creo que su experiencia en el mercado puede aportar mucho a mis propias ideas, y estoy seguro que a las tuyas también.

Sincartes: Estás muy equivocado, déjame seguir con lo que estaba. Tú y tu falsa filosofía, por gente como tú estamos como estamos: infravalorados. Solíamos ser los sabios, privilegiados por la sociedad por dedicarnos a pensar. Y ahora se nos dice despectivamente que si estudiamos filosofía solo podremos ser profesores de bachillerato. Pff.

Plutón: ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Por qué estudias Filosofía? ¿Qué sentido le ves a eso que escribes? ¿Para qué lo haces?

Sincartes: Eso no es una pregunta. Eso es un interrogatorio.

Plutón: ¿Qué buscas, Sincartes?

Sincartes: ¿Por quién me tomas? La verdad.

Plutón: ¿Y qué piensas hacer cuando la encuentres? ¿Esconderla en uno de esos grandes libros con los que cargas cada día y que nunca dejas leer?

Sincartes: No. Pero quiero gozar de ella, disfrutarla. ¿No has oído aquello de que la contemplación de la verdad es la actividad más propia del hombre? Pues eso.

 Plutón: ¿Y tú no has oído aquello de que el hombre es un ser social por naturaleza? Pues eso.

Sincartes: Sí, ya, pero eso es solo para las actividades propiamente sociales. Pero la razón es individual, no puedo ir por ahí regalando lo que para mí ha sido el fruto de largos años de trabajo y estudio. ¡Sería de imbéciles! ¡Para eso se inventaron las patentes!

Plutón: ¿Y cómo puedes estar tan seguro de que eso que tienes es la verdad? ¿No te da miedo que si no lo pones a prueba, no puedas escuchar algo diferente que puede que sea válido?

Sincartes: ¿Es que te has vuelto relativista, Plutón?

Plutón: No. Te estoy hablando de algo muy distinto, te hablo del diálogo. ¿No son en realidad tus cuadernos el fruto de un diálogo contigo mismo? ¿No son en verdad un cúmulo de párrafos pensados y corregidos, en los que has visto en ocasiones estar equivocado y has llegado a  tachar lo ya escrito? ¿Acaso te has enfadado contigo mismo cuando has visto que no tenías razón? ¿Te lo has recriminado?

Sincartes: No. Porque he sido yo solo el que ha visto esas verdades, no he necesitado de nadie más para hallar la verdad, no quiero maestros porque no hay ninguno que pueda ayudarme. Porque la filosofía es cosa del filósofo, no de cualquiera. Es exclusiva.

Plutón: Sincartes, ¿Es que acaso tienes miedo? ¿Es una cuestión de salvaguardar tu orgullo? Si no estoy mal, creí haberte escuchado decir que solo buscabas la verdad… ¿Estarías dispuesto a encontrarla fuera de ti, o es que más que la verdad lo que buscas es un poco de seguridad, de admiración?

Sincartes: Vale. Y si decidiera decirlo, explicarlo, ¿qué cambiaría? Paso de estar tres horas discutiendo con una bola de gente que no tiene ni idea y que no piensa cambiar de opinión, ni yo tampoco.

Plutón: pero no crees que al resto les interese tu trabajo? ¿acaso no es una aspiración natural del hombre alcanzar la verdad? Hay cosas que deberías aprender por experiencia…

Sincartes: la experiencia me dice que no querrán escuchar, ni siquiera lo merecen… y sinceramente los entiendo, para una persona cuya mayor aspiración es la fiesta del viernes poco tiene que decirle Kierkegaard o Schopenhauer

Plutón: No puedes ir por ahí juzgando a la gente así. ¿Acaso tú eres simplemente esos cuadernos en los que escribes?  A lo mejor el viernes en la fiesta no les va a interesar, pero puede que a la mañana siguiente cuando estén solos piensen en algo más que eso. Puede que como tú y como yo se pregunten qué hacen ahí, qué valor tiene su vida, hacia dónde la están dirigiendo, pero ¿sabes cuál es la diferencia entre ellos y nosotros?

Sincartes: ¿Cuál?

Plutón: Que ellos no tienen dónde escribirlo, a quién contárselo, con quién debatirlo. No lo tienen porque están enfermos, enfermos de una sociedad que ha dejado a los filósofos de lado. Enfermos del siglo XXI en el que hablar de verdad es casi un insulto, y ¿tú y yo qué?, ¿no vamos a hacer nada al respecto?, ¿no crees que deberíamos ayudarles?

Transcurre un minuto en el que ninguno de los dos dice nada. Plutón suspira derrotado, se da media vuelta y empieza a caminar hacia la carretera. Sincartes le grita –¡Eh, Plutón! – Plutón se da media vuelta y le mira extrañado –¿Qué? –Que nos vemos el sábado.

Carmen Camey
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Esther Rodríguez - Losada
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Sofía Brotóns

Por culpa del lenguaje

El problema de la verdad ya es bastante controvertido como para introducirlo en paradojas lingüísticas, pensarán algunos. La cuestión radica precisamente ahí. Cuando el hombre se pregunta de dónde viene y a dónde va, lo hace con palabras. Cuando sigue descubriendo que lo que es no puede no ser y que lo que no es no puede ser lo plantea mediante el lenguaje. Y cuando el verdadero filósofo lo es en verdad trata de comunicarle lo descubierto al resto, como si se tratara de una obligación, y lo hace por medio del lenguaje, porque quiere ser escuchado, porque quiere ser entendido. Y es cierto que muchas de las ocasiones en las que el filósofo se ha visto en un callejón sin salida, en un cara a cara frente a la nada ha sido por culpa del lenguaje, por culpa del lenguaje o más bien por culpa del uso que se ha hecho de él. Luego cabría plantear si la culpa no es más bien del hombre, del hombre y de sus limitaciones.

En el artículo “Análisis y verdad” se plantea la posición de Austin frente al problema, sus aportaciones y las discusiones a las que estas le condujeron. En un primer momento, tal y como apunta el profesor, lo defendido por Austin se caracteriza por la polémica que existía entre él y el pensamiento de Strawson. Si analizamos tal dato, caeremos enseguida en la cuenta de que lo que realmente subyace ahí es un diálogo, un diálogo entre dos personas que tratan de llegar a una conclusión. Cuando discutimos vamos puliendo aquello que queremos decir, rectificamos si lo que el interlocutor dice nos parece interesante o válido y llegamos incluso a cambiar de opinión, a escoger otro camino. ¿Y no es eso precisamente la búsqueda de la Verdad? De modo que debemos aceptar que el lenguaje no es infalible pero es, por el momento, de lo que nos valemos para hablar de verdad.

Estamos tan acostumbrados al uso de las palabras que olvidamos su valor, que las encuadramos todas juntas en un esquema en el que son lo mismo y en el que a veces introducimos nociones que son, en efecto, más que meras letras unidas que podemos pronunciar y dar sentido. Me refiero a la noción de verdad. Quizá el problema esté en querer esquematizar todo y cuanto tenemos en nuestras manos, tal vez es porque no advertimos que la verdad se nos escapa, porque no advertimos que la verdad trasciende de lo que podemos palpar. Que no es que no debemos buscarla porque no la vamos a encontrar. No es eso, sino que, como se ha apuntado durante el curso, es inabarcable. Y comprendo la necesidad imperante de muchos filósofos en tratar de enmarcarla, de denominarla una relación entre proposiciones, un nombre propio, una cualidad común, o cualquier término que nos sea conocido para que cuando hablamos de ella no caigamos en el error de no saber de qué estamos hablando.

Probablemente uno de los filósofos que más ayudó en esta polémica cuestión fue Santo Tomás de Aquino cuando habló de verdad lógica, verdad ontológica y verdad moral. Atendiendo a esta distinción lo que Austin defiende, y yo me pongo de su lado, es lo que refiere a la verdad lógica, la adecuación entre la cosa y el intelecto, o lo que es lo mismo: la adecuación entre las palabras y el mundo. Y puede que ahí radique precisamente la fuente del error, en que por el hábito del lenguaje al que estamos acostumbrados nos creemos una especie de mundo lingüístico con una serie de relaciones y reglas que nos lleven a decidir si tal enunciado es válido o no. Todo este procedimiento, a menudo empleado por la lógica, es útil, es práctico, pero el inmiscuirnos demasiado en él nos hace olvidar lo esencial. Y es que todo ello que hemos creado, todas esas normas del lenguaje de las que nos servimos no son el fin, sino el medio para acercarnos a la Verdad.

Amamos la Verdad, estamos inclinados a ella y buscamos los medios desesperadamente para encontrarla, y olvidamos que muchas veces en ese proceso de búsqueda perdemos lo esencial. Quizá deberíamos olvidar tantos esquemas, vivir, observar y amar, porque solo amando uno se asemeja a lo amado, y porque es así cuando uno no pierde lo esencial. Teniendo el punto de mira fijo en aquello que buscamos, en la Verdad, no olvidaremos por qué comenzamos ese camino. Y los medios los valoraremos pero a su nivel correspondiente. Y con las palabras sucede lo mismo y con más razón, tendremos que amarlas también para comprenderlas, para saber emplearlas, y cuando nos lleven al punto equivocado nos echaremos la culpa a nosotros, por nuestro afán incontrolado, y no a ellas que no hacen más que servirnos. Austin sabía cómo buscar, y miraba a las palabras viendo tras ellas el mundo del que nos hablan.


Sofía 

lunes, 26 de marzo de 2012

"Pragmatismos y relativismos" - El mundo a través de sus ojos


Hace no demasiado tiempo, el suficiente para ser capaz de recordarlo, conocí a un hombre, alguien que me hizo comprender que el mundo desde otros ojos no tiene por qué ser falso, que tampoco es otro mundo verdadero, que no es otro. Que es el mismo, pero a través de sus ojos. Yo era muy pequeña para comprender que en el verde de su mirada había un alma reflejada, era incapaz de ver que no solo lo que decían papá y mamá era lo real, que había quien sabía otras cosas, que había ojos, como los míos, contemplando la maravilla de la creación, que querían ser escuchados, que querían contárselo al mundo.

Es verdad que la palabra “pragmatismo” es fea y que “pragmaticismo” lo es aún más. Suena como si alguien con la boca llena tratara de decir algo coherente. Creía que no sacaría nada en claro del ensayo que hemos leído, que lo analizaría, que lo estructuraría en unos cuantos párrafos y luego escribiría una conclusión breve y sin fondo. Pero no ha sido así, me he acordado de él, de sus ojos y de cómo se veía el mundo a través de ellos.  Era poeta, decía que no podía dejar de escribir. Versos y versos plasmados sobre papeles sucios y arrugados. Algunos  de sus poemas parecían absurdos, me hacían reír. Hablaba de tortugas marinas, de que tenían la piel estirada por la sal del agua del mar, de que tenían miedo, de que huían, que buscaban la luz. Y yo me preguntaba qué se le habría pasado por la cabeza a ese pobre hombre para escribir tales estupideces, pero lo cierto es que no podía dejar de leer, no podía y no sabía por qué. 

Y no podía porque lo que contaba era verdadero. Porque detrás de esos renglones que hablaban de galápagos fugitivos se encerraba una verdad, que no era un añadido a la que yo ya conocía, que era la misma, que era la Verdad que me hablaba a través de sus ojos verdes. Comprendí que yo también podía tomar parte de esa importante labor que se me presentaba, descubrí que somos nosotros quienes damos color a la Verdad. Entonces fue cuando desempolvé el ordenador viejo que había en casa y empecé a escribir. Me sorprendí plasmando verdad con menos de quince años, una verdad que si bien necesitaba ser pulida, era tan válida como la que se observa en las obras de los grandes literatos. Y que no era mi verdad, que era una cuestión de miradas, de miradas distintas de una única verdad, de la Verdad. Que era un diálogo eterno entre las personas, que siempre había estado allí, que lo estuvo desde que el primer hombre abrió los ojos y miró el espectáculo que ofrece la vista, desde que alguien comprendió que escuchar puede ser muchas veces mejor que hablar. Comprendí entonces que tan solo era el comienzo de un enriquecimiento inagotable, que me había topado con la Verdad. Y ahora al leer el ensayo del profesor, que me habla de un pragmatismo cooperativo, me vuelvo a topar con ella, y de pronto el pragmatismo no parece tan desagradable.

 La Verdad está esperando a ser conocida, no por alguien afortunado que sea capaz de abarcarla, está esperando a ser conocida por la humanidad. Y tiene razón Pedro Salinas en que “todo lo sabemos entre todos”, porque nosotros que naturalmente buscamos y amamos la Verdad somos distintos, tenemos distintas miras. Es tan verdadero el espectáculo de las tonalidades verdes de los árboles observados desde el cielo, que el espectáculo de zapatos con prisa que se observan desde los ojos de un mendigo tendido en el suelo. Y la Verdad, aunque hay una, se presenta de distintas formas, ilumina con distintos filtros, filtros que son nuestras miradas, porque no somos todos iguales. Porque el poeta en el galápago ve más que yo, que no lo soy. Porque en el agua el marinero ve reflejada una verdad tan profunda y verdadera como la que ve el químico analizando su estructura a través de un microscopio. Y el filósofo vio siempre el mismo sol que hoy nos ilumina, solo que se preguntó el porqué, pero no dijo algo distinto, no creó una nueva verdad, se limitó a observarla y se enamoró de ella, y buscándola trató de saber amarla. Desde el primer momento en el que el hombre se planteó algún porqué, desde aquel instante en que quiso plasmar lo que veía, en el que sintió que el corazón se le aceleraba ante la contemplación de una gran verdad, desde entonces hay filósofos. Y mientras el hombre sigua buscando y amando a la verdad, ya sea en obras de arte, escritos, acciones o palabras, seguirá habiendo filósofos y la Verdad seguirá haciéndose eco.

Sofía

martes, 20 de marzo de 2012

Papá

Y por eso, porque amo la verdad, también le amo a él. Porque probablemente es el hombre más verdadero que conozco, porque en sus ojos se lee lo que hay detrás de ellos. Feliz día, papá.

Sofía

jueves, 15 de marzo de 2012

Lo que quería Rosseau



Lo que quería Rousseau. No estoy muy segura de lo que quería decir con eso, no lo sé. Pero estoy sentada, con las sandalias rotas del año pasado, el sol parece que no deja de mirarme y los pájaros cantan la melodía de una canción de Sabina que estoy escuchando, y es como si olvidara por qué estoy aquí, qué me hizo llegar. Como si solo fuera yo, el aire y yo. 

Sofía

miércoles, 7 de marzo de 2012

Mi querido Van Gogh


Amsterdam, 9 de enero de 1878

"Es verdad que es preferible tener el espíritu ardiente, aunque se deban cometer más faltas, que ser mezquino y demasiado prudente. Es bueno amar tanto como se pueda, porque ahí radica la verdadera fuerza, y el que mucho ama realiza grandes cosas, y se siente capaz, y lo que se hace por amor está bien hecho. Cuando quedamos impresionados por uno u otro libro, por ejemplo, tomando al azar La golondrina, La alondra, El ruiseñor, Las aspiraciones de otoño, Veo desde aquí una señora, Amaba esta pequeña ciudad singular, de Michelet, es porque estos libros han sido escritos con el corazón, en la simplicidad y la pobreza del espíritu. Si se tuvieran que pronunciar algunas palabras pero con un sentido, sería mejor que pronunciar muchas que no serían más que sonidos huecos y no costaría nada pronunciarlas por la escasa utilidad que tendrían. Si se continúa amando sinceramente lo que es en verdad digno de amor y no se derrocha el amor en cosas insignificantes y nulas e insípidas, se logrará poco a poco más luz y se llegará a ser más fuerte".


Vincent Van Gogh

jueves, 1 de marzo de 2012

Artista




No hace falta pintar un paisaje, escribir una canción o esculpir algo capaz de amenazar a la verdad. Basta con ser, con estar. Basta con dejar tu huella en la obra más hermosa del más grande de los artistas. Basta con dejar tu firma en la humanidad. Él no fue capaz de entenderlo, no hasta que llegó Rocío.

Hemingway dijo que cuando no podía escribir, escribía una frase verdadera. Y eso hacía él, pero con sus cuadros. Era un enamorado de la verdad, como todo buen artista. Y trataba de sentirse correspondido por ella. Y tomaba sus colores y su luz para darle algo que si bien no pretendía eclipsarle, le ofrecía un espejo en el que contemplar su hermosura, y amarse. Porque la verdad siempre ama a la verdad, y no hay amor más puro. Tal vez solo buscaba su reflejo, quizá para atesorarlo, porque ansiaba con todo su corazón tenerla. Pero jamás la consiguió, porque la verdad no pertenece a nadie. Estaba solo, siempre lo había estado.

En el dobladillo de sus pantalones, en los extremos de su bigote, en el contraste del gris de su mirada con el azabache de la pupila, incluso en su risa que hacía tanto no escuchaba, en él: arte.  Huyó del ruido porque quería estar solo, porque quería pintar. Conocía la belleza de la mujer, había trepado por espaldas morenas y de palidez asiática, había besado labios carmín y manos de porcelana. Pero no tenía musa, no la necesitaba. 


Sofía

La verdad de las palabras



Es verdad que el artista se enamora de lo que la naturaleza le ofrece para mostrar quién es y qué quiere contarnos. El pintor; de la luz, el cocinero; de las especias, de los aromas, el bailarín; de la música, y el escritor, el escritor se enamora de las palabras. En cierto sentido todos somos artistas, artistas que participan de la gran obra y artistas que, con suerte, tendrán la oportunidad de dejar su firma antes de partir, la firma que como la de Van Eyck en la obra “El matrimonio Arnolfini” diga: “Yo estuve aquí”.

Leyendo “Vaguedad” de Russell advierto que quería decirnos algo, tenía algo en mente que quería que supiéramos, que entendiéramos, y tomó unas cuantas palabras y las dispuso perfectamente sobre el papel, para que yo hoy pueda leerlas y tratar de comentar qué me sucede a mí al abstraer lo que ahí hay plasmado, que pueda comprender qué quería decir cuando hablaba de la vaguedad del lenguaje, cuando explicaba el problema de la falta de precisión y cuando decía que quizá la lógica solucionaría parte del problema, pero no todo.

Cuando empiezo a escribir comienzo dándole vueltas al asunto que quiero abordar, vagamente. Leo lo que he dicho y lo hago entonando de diferentes maneras para verlo desde diversos puntos de vista; borro, tacho, releo, anoto y finalmente concluyo y observo el conjunto -como quien admira un cuadro impresionista- y me sonrío. Imagino que cuando Miguel Ángel liberaba las hermosas figuras de piedra, a las que él daba vida, hacía lo mismo que yo: pulía y terminaba. Y así lo hará el pintor, y también el cocinero cuando añade una pizca de sal. Queremos precisar qué queremos mostrar, lo necesitamos, y sucede así porque en algún lugar de nuestro interior está exactamente eso que sentimos delimitado de cabo a rabo, sin rastro de vaguedad, y ansiamos contarlo, nos parece casi una obligación, pero el lenguaje no siempre es la mejor opción. Russell tomó la lógica, yo, las palabras, y cuando no lo consigo, los silencios.

No somos solo animales racionales, somos animales simbólicos. Esa definición encierra mucho más que la belleza de lo que hace que nos conformemos como personas. En nuestro interior sucede algo más que una serie de reacciones químicas, algo más que relaciones neuronales, y sucede algo que como tal lo hemos situado en un lugar, un lugar al que hemos dado el nombre de alma. Y es ahí exactamente, cuando reflexionamos sobre nuestro yo, cuando nadie está mirándonos, es en ese preciso momento cuando estamos siendo nosotros mismos. Pero no podemos quedarnos ahí, uno no puede simplemente observarse a sí mismo, curiosearse. No puede, ni quiere. Queremos contárselo a los demás. Necesitamos decirles quiénes somos, por qué estamos aquí, por qué sufrimos, a qué tememos y qué estamos buscando. No me gusta la lógica proposicional. Entiendo su utilidad, comprendo la ocurrencia de su invención, pero no me gusta. Y por eso trato de decir qué me está pasando sirviéndome de las palabras, y cuando estoy contenta bailo y cuando estoy nostálgica invento una canción, y la canto. Y no es verdad que no podamos expresar lo que pretendemos, no es verdad, porque somos capaces de precisarlo de otro modo, ni con la lógica proposicional, ni con sistemas reduccionistas que hacen que se pierda el jugo de lo que tratamos de contar, somos capaces con nuestras manos, con nuestra voz, con nuestra mirada, con nuestra risa.  

El problema acontece cuando parece que hemos agotado los medios, cuando la melodía culmina, cuando cesan los colores y cuando las palabras se callan. La realidad no es vaga, como dice Russel, la realidad, el ser, está ahí esperando ser conocido, la cuestión radica en lo limitado de nuestro conocimiento. Entre la verdad y nosotros hay una especie de familiaridad ontológica que hace que queramos buscarla, encontrarla y amarla. El hecho, además, es que sobre las realidades abstractas tenemos más palabras que decir, nos resulta más fácil hablar de ellas, mientras que sobre lo concreto caemos más a menudo en el error, y aquí es exactamente cuando vislumbramos lo que quiere decir Russel cuando habla de “vaguedad”. Podemos tratar de “hablar” de Belleza pintando un hermoso paisaje, de lo Uno trazando un punto, golpeando un tambor con un golpe corto y seco, podemos “hablar” de Bondad componiendo una melodía, “hablar” de Dios empleando la analogía, pero no podemos agotar aquello que estamos tratando, el Ser es inagotable.

Y es ahí precisamente donde radica la grandeza del ser humano, esa grandeza reside en que, habiendo admirado el Ser, se descubre como participante de Él. Se sorprende pequeño y dependiente. Advierte el papel que toma en la mayor de las obras, comprende su naturaleza y se descubre a sí mismo.

Sofía




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