Hemingway dijo que cuando no podía escribir, escribía una frase verdadera. Y eso hacía él, pero con sus cuadros. Era un enamorado de la verdad, como todo buen artista. Y trataba de sentirse correspondido por ella. Y tomaba sus colores y su luz para darle algo que si bien no pretendía eclipsarle, le ofrecía un espejo en el que contemplar su hermosura, y amarse. Porque la verdad siempre ama a la verdad, y no hay amor más puro. Tal vez solo buscaba su reflejo, quizá para atesorarlo, porque ansiaba con todo su corazón tenerla. Pero jamás la consiguió, porque la verdad no pertenece a nadie. Estaba solo, siempre lo había estado.
En el dobladillo de sus pantalones, en los extremos de su bigote, en el contraste del gris de su mirada con el azabache de la pupila, incluso en su risa que hacía tanto no escuchaba, en él: arte. Huyó del ruido porque quería estar solo, porque quería pintar. Conocía la belleza de la mujer, había trepado por espaldas morenas y de palidez asiática, había besado labios carmín y manos de porcelana. Pero no tenía musa, no la necesitaba.
Sofía
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