lunes, 28 de mayo de 2012

"Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas"
Antonio Machado

Él lo sabía, porque era poeta. Hace tiempo alguien me dijo que los filósofos no éramos "nada más" que poetas aburridos con pocas ganas de trabajar. Salvo por lo de aburridos y lo de vagos no entendí a qué se refería con ese rotundo "nada más". ¿Nada más que poetas?, ¡como si eso fuera poco!

El poeta, el que lo es de verdad, más que un artista, es una persona que sabe mirar; más que un romántico, es alguien que sabe amar y más que alguien que cuenta su realidad, más que eso, el poeta es ante todo un filósofo. El poeta es alguien que encontró en las palabras un modo de hablar de verdad, que hablando se enamoró de ellas, y por eso las plasmaba en el papel con delicadeza. Lo hacía porque las amaba, y las amaba porque detrás de ellas había algo más que historias de piratas, que desengaños amorosos, más que primaveras luminosas, mucho más que gatos enfurecidos a los que había que colgarles un cascabel. Amaba las palabras porque detrás de ellas había luz, porque detrás de ellas había verdad. La verdad de un hombre que sufría, amaba y se equivocaba, y que no halló otra forma de contárselo al mundo que a través de esos versos.

Y cuando Machado habla de poetas como metafísicos fracasados me inclino a pensar que desgraciadamente tenía razón. Porque encontraron la verdad, la encontraron de la forma más bella que podían haberlo hecho y fracasaron porque no les entendimos. Como no supimos ver verdad detrás de esos versos quisimos tacharles de locos solitarios que no buscaban un "a quién", que hablaban por y para ellos. Ahora el fracaso se ha hecho con el filósofo que queriendo hablar de verdad directamente se le tacha de poeta porque de lo que habla es bello, pero no se entiende. La culpa no es de los poetas, la culpa es de los que no supieron escuchar.

Y ahora el poeta se ha ido. El poeta está solo. Porque en su soledad sus palabras se vuelven verdad, una verdad palpable y sincera como la que busca y ama el filósofo. Y son sus palabras cargadas de realidad las que le acompañan. Hay quien piensa que el poeta es un solitario, un incomprendido. Es verdad que no podemos ver el mundo a través de los suyos, pero estamos equivocados cuando creemos no poder acompañarle en su soledad. Porque la soledad, si acompañada, siempre es más dulce. Porque escuchando y amando como él y con él la verdad de la que nos hablan sus versos estamos tomando el papel más hermoso que un humano podría tomar. Y ahí precisamente radica la grandeza del ser humano, en que descubriéndose pequeño y dependiente se sorprende participante de algo grande, de algo de lo que él también puede tomar parte. Por eso el poeta es un filósofo, porque supo cómo hablar de verdad, porque cuando se topó con Ella se enamoró. ¿Y qué mejor regalo que poesía para la persona amada? Por ello cuando a los filósofos nos tachen de poetas, en vez de darnos la vuelta indignados, sonreiremos orgullosos. Porque en realidad estarán diciéndonos "tú sabes amar la Verdad".

Sofía




viernes, 25 de mayo de 2012

Atocha




Normalmente todo el mundo está dispuesto a ayudar. Nadie tiene inconveniente en tenderte una mano si caes, y además, por lo general, si te deja caer, no se sentirá precisamente bien. Siempre habrá quien deposite alguna moneda en la colecta de los domingos, o en las manos de un drogadicto en potencia, o en las de una pobre mujer que simplemente tiene hambre, o en las de un niño que quiere un helado de chocolate. Cuando vuelvo a casa siempre hago una parada en la estación de Atocha, en Madrid. Me gusta estar aquí. Sé que es demasiado mítico el romanticismo que desprenden las estaciones. Habrá cientos de escritos, un trillón de libros y poesias que hablen de estaciones, de las personas que pasan por aquí. Pero no me extraña, hay que estar loco para no hacerlo.

Es una procesión de colores, de zapatos con prisa, de personas que van de un lado a otro. La mayoría sabe hacia dónde se dirige. Algunos parecen perdidos, pero cuando cruzas la mirada con ellos, en seguida cambian de expresión, como si quisieran decir: "Sé perfectamente dónde estoy". De vez en cuando hay quien parece venir a pasear, caminan despreocupados y apenas llevan equipaje. No me parece raro. Si yo viviera en Madrid, también pasearía por Atocha.

No es sorprendente ver a algunas personas que comen en soledad, que miran al vacío no esperando nada, o que se refugian en el teléfono móvil o el ordenador para no estar, en efecto, tan solos. Pero están ahí, dispuestas a cualquier cosa. Estoy segura de que si fuera una por una pidiéndoles ayuda para lo que fuera, todas o casi todas responderían con un rotundo: "Sí, por supuesto que sí". Les miro y pienso: después de todo el mundo no puede ser tan malo como lo pintan. Y paso horas sentada observándoles, esperando escuchar esa dulce voz de una señorita ausente que me diga cuál es el tren que debo tomar.

Hoy dos grandes verdades se han hecho eco en mi cabeza, que ha mecanografiado mentalmente esto que os cuento para después transcribirlo al ordenador. La primera verdad es que las personas son buenas, que por eso el mundo lo es, y la segunda y la más importante es que tenemos que estar solos, que debemos saber cómo estar solos. Porque si no fuera porque yo adoro la soledad jamás habría observado a estas personas y nunca a través de estos ojos. Estar solo es necesario, amar la soledad también. Y como siempre, no una soledad egoísta que no quiere a los demás. Hablo de esa soledad observadora, de la que te dice cómo eres tú. Esa que te invita a conocerte para que así puedan conocerte también los demás.

Estos son los pensamientos que me han estado rondando en la estación, y qué bien me siento ahora, ahora que os los puedo contar.
Sofía




domingo, 6 de mayo de 2012

Te quiero mamá

Somos quienes somos por las personas que nos han amado. Hoy habrán muchas "mejores madres del mundo", pero estoy segura que ninguna como la mía. También ella me sonríe cuando todo va mal, y se entera de todo lo que pasa en mi vida sin que yo se lo cuente, tiene ese sentido que le dice qué me pasa, y sabe cuando estar, qué decir y cómo decirlo. Pero lo que le hace única no es eso, lo que le hace única es ella misma, y para saber qué es, entonces tendría que ser vuestra madre. Gracias mamá, feliz día, te quiero mucho.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Sincartes




El sol iluminaba todo el campus universitario, ya eran más de las tres. Plutón acababa de almorzar en Faustino, caminaba ensimismado tuiteando a sus compañeros que iba a organizar un gran evento, que quería contarles algo que iba a cambiarles la vida. A lo lejos divisó a un chico sentado cerca del pozo filosófico. Estaba solo. Estaba metido en sus pensamientos, escribía con una pluma fuente sobre un cuaderno de pastas doradas. Parecía que iba a prender fuego al papel. Sigilosamente Plutón se acercó hasta llegar a observar lo que escribía Sincartes. “La tensión entre el ser, lo que es, y lo que desaparece…”. Sincartes cerró el libro con violencia.

Sincartes: ¿Qué crees que estás haciendo?

Plutón: Nada, nada, lo siento. Solo me pareció interesante lo que escribías.

Sincartes: No es interesante. Es privado. Puedes volver por donde has venido.

Plutón: Ehh, calma, calma. Solo quería ser amable. Por cierto, estoy organizando un debate sobre la libertad para alumnos de todas las facultades, ¿te gustaría venir? Es este sábado en el aula 6 de Fcom.

Sincartes: ¿Fcom? ¿En serio te crees que unos pavos de comunicación tienen algo bueno que decir? ¿Y te crees que unos estúpidos de ese calibre van a aportar algo a las grandes reflexiones de la historia de la filosofía, que van a tener una respuesta a los interrogantes de los grandes pensadores de la humanidad, que pueden aportar algo? Ahora entiendo por qué haces la doble.

Plutón: pues sí, sí que lo creo. He tenido un par de debates con los de Económicas sobre la libertad y creo que su experiencia en el mercado puede aportar mucho a mis propias ideas, y estoy seguro que a las tuyas también.

Sincartes: Estás muy equivocado, déjame seguir con lo que estaba. Tú y tu falsa filosofía, por gente como tú estamos como estamos: infravalorados. Solíamos ser los sabios, privilegiados por la sociedad por dedicarnos a pensar. Y ahora se nos dice despectivamente que si estudiamos filosofía solo podremos ser profesores de bachillerato. Pff.

Plutón: ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Por qué estudias Filosofía? ¿Qué sentido le ves a eso que escribes? ¿Para qué lo haces?

Sincartes: Eso no es una pregunta. Eso es un interrogatorio.

Plutón: ¿Qué buscas, Sincartes?

Sincartes: ¿Por quién me tomas? La verdad.

Plutón: ¿Y qué piensas hacer cuando la encuentres? ¿Esconderla en uno de esos grandes libros con los que cargas cada día y que nunca dejas leer?

Sincartes: No. Pero quiero gozar de ella, disfrutarla. ¿No has oído aquello de que la contemplación de la verdad es la actividad más propia del hombre? Pues eso.

 Plutón: ¿Y tú no has oído aquello de que el hombre es un ser social por naturaleza? Pues eso.

Sincartes: Sí, ya, pero eso es solo para las actividades propiamente sociales. Pero la razón es individual, no puedo ir por ahí regalando lo que para mí ha sido el fruto de largos años de trabajo y estudio. ¡Sería de imbéciles! ¡Para eso se inventaron las patentes!

Plutón: ¿Y cómo puedes estar tan seguro de que eso que tienes es la verdad? ¿No te da miedo que si no lo pones a prueba, no puedas escuchar algo diferente que puede que sea válido?

Sincartes: ¿Es que te has vuelto relativista, Plutón?

Plutón: No. Te estoy hablando de algo muy distinto, te hablo del diálogo. ¿No son en realidad tus cuadernos el fruto de un diálogo contigo mismo? ¿No son en verdad un cúmulo de párrafos pensados y corregidos, en los que has visto en ocasiones estar equivocado y has llegado a  tachar lo ya escrito? ¿Acaso te has enfadado contigo mismo cuando has visto que no tenías razón? ¿Te lo has recriminado?

Sincartes: No. Porque he sido yo solo el que ha visto esas verdades, no he necesitado de nadie más para hallar la verdad, no quiero maestros porque no hay ninguno que pueda ayudarme. Porque la filosofía es cosa del filósofo, no de cualquiera. Es exclusiva.

Plutón: Sincartes, ¿Es que acaso tienes miedo? ¿Es una cuestión de salvaguardar tu orgullo? Si no estoy mal, creí haberte escuchado decir que solo buscabas la verdad… ¿Estarías dispuesto a encontrarla fuera de ti, o es que más que la verdad lo que buscas es un poco de seguridad, de admiración?

Sincartes: Vale. Y si decidiera decirlo, explicarlo, ¿qué cambiaría? Paso de estar tres horas discutiendo con una bola de gente que no tiene ni idea y que no piensa cambiar de opinión, ni yo tampoco.

Plutón: pero no crees que al resto les interese tu trabajo? ¿acaso no es una aspiración natural del hombre alcanzar la verdad? Hay cosas que deberías aprender por experiencia…

Sincartes: la experiencia me dice que no querrán escuchar, ni siquiera lo merecen… y sinceramente los entiendo, para una persona cuya mayor aspiración es la fiesta del viernes poco tiene que decirle Kierkegaard o Schopenhauer

Plutón: No puedes ir por ahí juzgando a la gente así. ¿Acaso tú eres simplemente esos cuadernos en los que escribes?  A lo mejor el viernes en la fiesta no les va a interesar, pero puede que a la mañana siguiente cuando estén solos piensen en algo más que eso. Puede que como tú y como yo se pregunten qué hacen ahí, qué valor tiene su vida, hacia dónde la están dirigiendo, pero ¿sabes cuál es la diferencia entre ellos y nosotros?

Sincartes: ¿Cuál?

Plutón: Que ellos no tienen dónde escribirlo, a quién contárselo, con quién debatirlo. No lo tienen porque están enfermos, enfermos de una sociedad que ha dejado a los filósofos de lado. Enfermos del siglo XXI en el que hablar de verdad es casi un insulto, y ¿tú y yo qué?, ¿no vamos a hacer nada al respecto?, ¿no crees que deberíamos ayudarles?

Transcurre un minuto en el que ninguno de los dos dice nada. Plutón suspira derrotado, se da media vuelta y empieza a caminar hacia la carretera. Sincartes le grita –¡Eh, Plutón! – Plutón se da media vuelta y le mira extrañado –¿Qué? –Que nos vemos el sábado.

Carmen Camey
Blog de Carmen
Esther Rodríguez - Losada
Blog de Esther
Sofía Brotóns

Por culpa del lenguaje

El problema de la verdad ya es bastante controvertido como para introducirlo en paradojas lingüísticas, pensarán algunos. La cuestión radica precisamente ahí. Cuando el hombre se pregunta de dónde viene y a dónde va, lo hace con palabras. Cuando sigue descubriendo que lo que es no puede no ser y que lo que no es no puede ser lo plantea mediante el lenguaje. Y cuando el verdadero filósofo lo es en verdad trata de comunicarle lo descubierto al resto, como si se tratara de una obligación, y lo hace por medio del lenguaje, porque quiere ser escuchado, porque quiere ser entendido. Y es cierto que muchas de las ocasiones en las que el filósofo se ha visto en un callejón sin salida, en un cara a cara frente a la nada ha sido por culpa del lenguaje, por culpa del lenguaje o más bien por culpa del uso que se ha hecho de él. Luego cabría plantear si la culpa no es más bien del hombre, del hombre y de sus limitaciones.

En el artículo “Análisis y verdad” se plantea la posición de Austin frente al problema, sus aportaciones y las discusiones a las que estas le condujeron. En un primer momento, tal y como apunta el profesor, lo defendido por Austin se caracteriza por la polémica que existía entre él y el pensamiento de Strawson. Si analizamos tal dato, caeremos enseguida en la cuenta de que lo que realmente subyace ahí es un diálogo, un diálogo entre dos personas que tratan de llegar a una conclusión. Cuando discutimos vamos puliendo aquello que queremos decir, rectificamos si lo que el interlocutor dice nos parece interesante o válido y llegamos incluso a cambiar de opinión, a escoger otro camino. ¿Y no es eso precisamente la búsqueda de la Verdad? De modo que debemos aceptar que el lenguaje no es infalible pero es, por el momento, de lo que nos valemos para hablar de verdad.

Estamos tan acostumbrados al uso de las palabras que olvidamos su valor, que las encuadramos todas juntas en un esquema en el que son lo mismo y en el que a veces introducimos nociones que son, en efecto, más que meras letras unidas que podemos pronunciar y dar sentido. Me refiero a la noción de verdad. Quizá el problema esté en querer esquematizar todo y cuanto tenemos en nuestras manos, tal vez es porque no advertimos que la verdad se nos escapa, porque no advertimos que la verdad trasciende de lo que podemos palpar. Que no es que no debemos buscarla porque no la vamos a encontrar. No es eso, sino que, como se ha apuntado durante el curso, es inabarcable. Y comprendo la necesidad imperante de muchos filósofos en tratar de enmarcarla, de denominarla una relación entre proposiciones, un nombre propio, una cualidad común, o cualquier término que nos sea conocido para que cuando hablamos de ella no caigamos en el error de no saber de qué estamos hablando.

Probablemente uno de los filósofos que más ayudó en esta polémica cuestión fue Santo Tomás de Aquino cuando habló de verdad lógica, verdad ontológica y verdad moral. Atendiendo a esta distinción lo que Austin defiende, y yo me pongo de su lado, es lo que refiere a la verdad lógica, la adecuación entre la cosa y el intelecto, o lo que es lo mismo: la adecuación entre las palabras y el mundo. Y puede que ahí radique precisamente la fuente del error, en que por el hábito del lenguaje al que estamos acostumbrados nos creemos una especie de mundo lingüístico con una serie de relaciones y reglas que nos lleven a decidir si tal enunciado es válido o no. Todo este procedimiento, a menudo empleado por la lógica, es útil, es práctico, pero el inmiscuirnos demasiado en él nos hace olvidar lo esencial. Y es que todo ello que hemos creado, todas esas normas del lenguaje de las que nos servimos no son el fin, sino el medio para acercarnos a la Verdad.

Amamos la Verdad, estamos inclinados a ella y buscamos los medios desesperadamente para encontrarla, y olvidamos que muchas veces en ese proceso de búsqueda perdemos lo esencial. Quizá deberíamos olvidar tantos esquemas, vivir, observar y amar, porque solo amando uno se asemeja a lo amado, y porque es así cuando uno no pierde lo esencial. Teniendo el punto de mira fijo en aquello que buscamos, en la Verdad, no olvidaremos por qué comenzamos ese camino. Y los medios los valoraremos pero a su nivel correspondiente. Y con las palabras sucede lo mismo y con más razón, tendremos que amarlas también para comprenderlas, para saber emplearlas, y cuando nos lleven al punto equivocado nos echaremos la culpa a nosotros, por nuestro afán incontrolado, y no a ellas que no hacen más que servirnos. Austin sabía cómo buscar, y miraba a las palabras viendo tras ellas el mundo del que nos hablan.


Sofía 

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