El problema
de la verdad ya es bastante controvertido como para introducirlo en paradojas
lingüísticas, pensarán algunos. La cuestión radica precisamente ahí. Cuando el
hombre se pregunta de dónde viene y a dónde va, lo hace con palabras. Cuando
sigue descubriendo que lo que es no puede no ser y que lo que no es no puede
ser lo plantea mediante el lenguaje. Y cuando el verdadero filósofo lo es en
verdad trata de comunicarle lo descubierto al resto, como si se tratara de una
obligación, y lo hace por medio del lenguaje, porque quiere ser escuchado,
porque quiere ser entendido. Y es cierto que muchas de las ocasiones en las que
el filósofo se ha visto en un callejón sin salida, en un cara a cara frente a
la nada ha sido por culpa del lenguaje, por culpa del lenguaje o más bien por
culpa del uso que se ha hecho de él. Luego cabría plantear si la culpa no es
más bien del hombre, del hombre y de sus limitaciones.
En el artículo “Análisis y verdad” se plantea la posición de Austin frente al
problema, sus aportaciones y las discusiones a las que estas le condujeron. En
un primer momento, tal y como apunta el profesor, lo defendido por Austin se
caracteriza por la polémica que existía entre él y el pensamiento de Strawson.
Si analizamos tal dato, caeremos enseguida en la cuenta de que lo que realmente
subyace ahí es un diálogo, un diálogo entre dos personas que tratan de llegar a
una conclusión. Cuando discutimos vamos puliendo aquello que queremos decir,
rectificamos si lo que el interlocutor dice nos parece interesante o válido y
llegamos incluso a cambiar de opinión, a escoger otro camino. ¿Y no es eso
precisamente la búsqueda de la Verdad? De modo que debemos aceptar que el
lenguaje no es infalible pero es, por el momento, de lo que nos valemos para
hablar de verdad.
Estamos tan acostumbrados al uso de las palabras que olvidamos su valor, que
las encuadramos todas juntas en un esquema en el que son lo mismo y en el que a
veces introducimos nociones que son, en efecto, más que meras letras unidas que
podemos pronunciar y dar sentido. Me refiero a la noción de verdad. Quizá el
problema esté en querer esquematizar todo y cuanto tenemos en nuestras manos,
tal vez es porque no advertimos que la verdad se nos escapa, porque no
advertimos que la verdad trasciende de lo que podemos palpar. Que no es que no
debemos buscarla porque no la vamos a encontrar. No es eso, sino que, como se
ha apuntado durante el curso, es inabarcable. Y comprendo la necesidad
imperante de muchos filósofos en tratar de enmarcarla, de denominarla una
relación entre proposiciones, un nombre propio, una cualidad común, o cualquier
término que nos sea conocido para que cuando hablamos de ella no caigamos en el
error de no saber de qué estamos hablando.
Probablemente uno de los filósofos que más ayudó en esta
polémica cuestión fue Santo Tomás de Aquino cuando habló de verdad lógica,
verdad ontológica y verdad moral. Atendiendo a esta distinción lo que Austin
defiende, y yo me pongo de su lado, es lo que refiere a la verdad lógica, la
adecuación entre la cosa y el intelecto, o lo que es lo mismo: la adecuación
entre las palabras y el mundo. Y puede que ahí radique precisamente la fuente
del error, en que por el hábito del lenguaje al que estamos acostumbrados nos
creemos una especie de mundo lingüístico con una serie de relaciones y reglas
que nos lleven a decidir si tal enunciado es válido o no. Todo este
procedimiento, a menudo empleado por la lógica, es útil, es práctico, pero el
inmiscuirnos demasiado en él nos hace olvidar lo esencial. Y es que todo ello
que hemos creado, todas esas normas del lenguaje de las que nos servimos no son
el fin, sino el medio para acercarnos a la Verdad.
Amamos la Verdad, estamos inclinados a ella y buscamos los
medios desesperadamente para encontrarla, y olvidamos que muchas veces en ese
proceso de búsqueda perdemos lo esencial. Quizá deberíamos olvidar tantos
esquemas, vivir, observar y amar, porque solo amando uno se asemeja a lo amado,
y porque es así cuando uno no pierde lo esencial. Teniendo el punto de mira
fijo en aquello que buscamos, en la Verdad, no olvidaremos por qué comenzamos
ese camino. Y los medios los valoraremos pero a su nivel correspondiente. Y con
las palabras sucede lo mismo y con más razón, tendremos que amarlas también
para comprenderlas, para saber emplearlas, y cuando nos lleven al punto
equivocado nos echaremos la culpa a nosotros, por nuestro afán incontrolado, y
no a ellas que no hacen más que servirnos. Austin sabía cómo buscar, y miraba a
las palabras viendo tras ellas el mundo del que nos hablan.
Sofía
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