jueves, 13 de septiembre de 2012

Abrazos al vacío


Objetivamente uno no puede “perder” a alguien a menos que esa persona se marche para siempre. Cuando digo para siempre me refiero a que abandone el mundo terrenal para pasar a mejor vida, y se trataría de una pérdida, pero no en sentido estricto. Pero uno no puede perder a alguien que sigue en este mundo, porque las personas no se pertenecen, eso decía la chiquilla de Desayuno con Diamantes y es en mí opinión una de las pocas cosas en las que le doy la razón (aunque sé que se la doy a un mero personaje de ficción, tranquilos). Creemos haber perdido a alguien cuando esa persona deja de sentir lo que sentía por nosotros, cuando dejan de importarle los detalles absurdos que cobraron valor en tiempos mejores, cuando –como dice el guapo de Sabina- no le pedimos perdón,  pues nos perdonará, porque ya no le importa, y en ese preciso momento sentimos que una parte de nosotros desaparece y un vacío es lo que nos queda. Siempre podemos hablar con el eco de las montañas, como hacía el Principito, pero quién es feliz hablando con montañas estúpidas cuando se ha perdido a una flor.

Qué es lo que hace que alguien pase a formar parte de ti, que se metamorfosee en tu carne y tu corazón que late dejando al marcharse una herida incurable. Cómo cuesta tanto vivir sin alguien que jamás habías necesitado, volveríamos a la comparación del chocolate, que quien no lo ha probado puede vivir sin él, pero el que ya lo conoce vive enganchado a ese maravilloso placer hasta el último día del resto de su vida. Y cómo es posible que, en ocasiones, llegue alguien capaz de colmar ese vacío como si jamás hubiera pasado nada. Quizá somos demasiado complicados, o puede que todo lo contrario, puede que seamos tan simples y superficiales que nos dejamos vaciar y colmar constantemente porque creemos que en eso consiste el juego de la vida. O puede que seamos estúpidos, será eso.

También es verdad que, aunque algún individuo con dotes de galán consiga colmar el frío hueco que dejó todo lo anterior, las heridas del alma no tienen cura, porque en lugar de cerrarse se convierten en parte de nosotros. Y con el tiempo todos somos un poquito más exigentes con aquellas personas que pretenden ser parte de nosotros, a veces exigimos hasta llegar a tal punto que terminamos por abrazarnos a ese vacío tan nuestro, nos abrazamos a él porque al menos no nos hará más daño que el que ya conocemos. En otras pocas ocasiones hay quien pierde toda exigencia y entonces sucede que se pierden con ella y cubriendo el hueco del dolor nunca se sintieron tan solos ni tan vacíos.

Sofía



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