“Quién será el hombre… quién
monstruo será”
Así comienza y termina otra maravillosa película, una de las que
me acompañan en los catarros y las tardes de lucha contra el tiempo. Un
bufón en París cuenta la historia de un hombre y un monstruo, al encontrarnos
con los dos individuos el espectador rápidamente le da al jorobado el título de
monstruo, y al juez el título de hombre. Conforme avanza la película esos
títulos cambian al instante y el espectador olvida el aspecto del jorobado para
ver las maravillas que hay en él, y aquel al que llamaba hombre pasa a
considerarse un ser patético del que lo único que se puede sentir es pena.
Otra vez con las dichosas
palabras. Quizá el problema es que nuestra lengua es demasiado rica, o puede
que, probablemente, el problema sea la ineptitud ocasional o permanente del ser
humano. A mi juicio igual que del tonto se dice que es el que hace tonterías,
el monstruo es el que actúa de forma monstruosa. Y qué ignorantes los niños que
se van a dormir con la vista puesta en su armario, con los pies bien dentro de
la cama, por si aparece la criatura que, supuestamente, habita debajo. Qué
pobres aficionados esos que dibujan a los monstruos con ojos separados, con pelajes
color violeta, con cuernos de cabra, con lenguas de fuego. Se están perdiendo
la realidad, la mentirosa realidad. Vale, vale, no es la realidad la que dice
mentiras, somos nosotros los mentirosos.
Los monstruos son los que tienen
la mirada puesta en acciones oscuras, los que visten con piel de cordero
escondiendo al lobo, los que escupen rabia y, sobre todo, idiotez por la lengua, los que no miran otra cosa que su ombligo, pero imagino que lo miran
con los ojos cerrados, porque si fuera cierto que abren los ojos, entonces no
dedicarían tantas palabras de crítica al resto, y comenzarían por ellos mismos.
Me doy cuenta ahora de que, después de todo, esos aficionados a la pintura de criaturas
monstruosas no van tan mal encaminados. Estas criaturas monstruosas, además, se
distinguen por ir en manada, jamás asustarán a nadie en solitario, suelen
hablar sin pensar, y de hecho, no estoy segura de que piensen demasiado aún
estando calladas.
Hace unos días, recién llegada de
la Universidad de los Monstruos, (así se llamará la próxima de Monstruos S.A. y
estaba deseando escribirlo) aportó a la lista de sandeces a las que su manada
de monstruitos suele apuntar la perlita que os explico a continuación. Decía
que aquellos niños que nacen con malformaciones, que tienen algún tipo de
discapacidad no deberían nacer, ¿por qué?, muy sencillo: porque son monstruos.
Lo sé, lo sé, tranquilos. Señora: los niños no son monstruos, los
monstruos son los que acaban con los niños, no solo ha metido la pata hasta el fondo al hablar,
sino que, probablemente, ha hecho daño a mucha gente.
Con este post (un poquito cargado
de rabia) no pretendo ofender a nadie, en realidad me gustaría apoyar a todos
los que se han sentido ofendidos (el resto de la población con cerebro y
corazón), y decirles que no importa, que los monstruos están por todas partes, que
piensen que hay más familias unidas que manadas de monstruos ofensores, más niños
“discapacitados” que sonríen que estupideces escupidas por descorazonados. Y entrecomillo “discapacitados” porque tampoco me gusta esa palabrita, y no me
gusta porque esos niños tienen capacidad para un millón de cosas que muchos
otros seríamos incapaces, salen adelante, y le dicen sí a muchas cosas que
otros decimos no. Son héroes, son los héroes del siglo XXI.
Sofía
Sofía
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